En el vasto mosaico vitivinícola argentino, donde el Malbec reina con supremacía y la Torrontés lleva el estandarte blanco con identidad propia, una cepa sigilosa y elegante empieza a ganar terreno: el Pinot Gris, o Pinot Grigio, como se lo conoce en Italia. Con apenas el 0,3% del total de la vid plantada en el país, este varietal asoma con discreción pero con personalidad en 10 provincias argentinas, mostrando una versatilidad que invita a explorar.
Originario de Borgoña, este clon del Pinot Noir debe su nombre a la palabra francesa pinot, que significa “piña”, en alusión a la forma de sus racimos. A lo largo de su historia, el Pinot Gris ha conquistado regiones como Alsacia, Friuli-Venecia Julia, Trentino-Alto Adige, Véneto, y se ha adaptado exitosamente a Alemania (como Grauburgunder), Australia, Estados Unidos y, más recientemente, a Argentina.
El renacer del verdadero Pinot Gris en Argentina
Durante años, la identidad de esta variedad fue confusa en suelo argentino. En la década del 70, en Cuyo, se creía que el “Pinot Gris cuyano” no era otro que la variedad Canarí, un cepaje originario del sudoeste francés. Así lo relata el ingeniero agrónomo Alberto Alcalde en su libro, al citar al ampelógrafo francés Pierre Truel, quien ayudó a desentrañar esta confusión. No fue sino hasta la década del 90 que comenzó a implantarse el auténtico Pinot Gris, marcando un antes y un después en las estadísticas y en la calidad de los vinos elaborados.
Una uva, múltiples rostros
Si algo distingue al Pinot Gris es su capacidad para mutar en estilos muy diferentes según el clima, el suelo y, sobre todo, la mano del enólogo. Su aspecto ampelográfico es tan singular como sus vinos: hojas pequeñas, verdes opacas y trilobadas, racimos compactos con tonos que van del gris azulado al marrón claro y rosado, y bayas elipsoidales de pulpa blanda.
Los vinos que nacen de esta variedad sorprenden por su equilibrio entre volumen y frescura, con una acidez moderada y un alcohol que les aporta estructura. En copa, su paleta aromática puede ir desde frutas tropicales como melón y mango, pasando por pera, manzana y cítricos, hasta matices más complejos de miel, frutos secos y especias. El color, que puede ser amarillo dorado, cobrizo o incluso rosado, completa el juego de matices que convierten al Pinot Gris en una cepa camaleónica.
Una alternativa con identidad
Si bien su presencia aún es marginal, el Pinot Grigio argentino empieza a consolidarse como una alternativa sofisticada dentro del portfolio blanco nacional. No solo ofrece vinos frescos y aromáticos para el consumo joven, sino también etiquetas más complejas, aptas para la guarda breve y la gastronomía de alto vuelo.
Mientras el mundo sigue descubriendo las múltiples caras del vino argentino, el Pinot Gris emerge como una joya por pulir, ideal para paladares curiosos que buscan salirse de lo conocido sin alejarse del terruño. Argentina tiene la uva. El desafío, como siempre, será contar bien su historia y embotellar su esencia.