A fines del 2018, Mar del Plata fue testigo de un crimen que dejó huella: Juan Manuel Santurián, propietario de la emblemática churrería Manolo, fue asesinado por su exsuegro en la cochera de su propio edificio. Acto seguido, el asesino se suicidó.
Por Lucas Alarcón
El 18 de diciembre de 2018, el edificio Boghoss II (Libertad y Salta), despertaba con la calma habitual de La Perla. La luz del sol apenas rozaba las fachadas, y en el subsuelo, los autos dormían alineados entre columnas de hormigón. Nadie imaginaba que aquel día, bajo su techo, se escribiría el último capítulo de la vida de Juan Manuel Santurián.
Santurián, empresario de 63 años, alternaba su vida entre Mar del Plata y Miami, supervisando los locales de Manolo, un imperio de churros y comidas rápidas nacido en Burgos, España, que atravesó fronteras y generaciones hasta instalarse en la Costa Atlántica argentina.

Un saludo que precedió al disparo
Aquel martes, una sobrina de Santurián cruzó el garaje. Allí estaba Miguel Ángel García, su exsuegro de 70 años, sentado en su Peugeot Partner blanca, con la puerta abierta. El saludo fue cotidiano: un “buen día” de una joven que jamás imaginó lo que ocurriría segundos después. García devolvió la cortesía como quien ensaya la normalidad, como quien oculta la tormenta que hierve dentro.
Minutos más tarde, Santurián se acercó a su Mercedes Benz. García emergió de la sombra: un movimiento rápido, calculado, sin advertencias, sin discusiones. Tres disparos impactaron en cuello, tórax y base del cráneo. La muerte fue instantánea; la violencia, precisa.
La ejecución del plan
Las cámaras de seguridad apenas captaron fracciones de imágenes: siluetas borrosas, manchas de movimiento, nada que revelara la magnitud de la tragedia. Solo confirmaban lo inevitable: dos personas, un encuentro fatal, un disparo tras otro.
Tras el ataque, García se dirigió a un rincón, apoyó el cañón contra su pecho y apretó el gatillo. Un solo disparo acabó con su vida. Todo sucedió en cuestión de segundos, pero la secuencia quedó suspendida en la memoria del lugar.

Conflictos que se heredan
El móvil detrás del crimen nunca se confirmó con certeza. Se habló de conflictos económicos, de reproches por el fin de la relación con Romina García —hija del asesino— y de rencores que la justicia no pudo ni necesitó investigar. La hija de 14 años quedó bajo custodia de su madre para administrar su parte de la herencia hasta alcanzar la mayoría de edad.
Santurián había construido su imperio con esfuerzo, dejando en Mar del Plata un legado que comenzó en 1930, cuando Don Manuel Benito fundó el primer restaurante Manolo en Burgos, España. La marca cruzó fronteras y guerras hasta instalarse en Montevideo y, décadas después, en la Costa Atlántica argentina.
Ecos de una mañana trágica
La tragedia dejó una marca imborrable en Mar del Plata. En diciembre de 2018, los tres locales marplatenses de Manolo cerraron sus puertas por duelo, mientras la ciudad asimilaba un shock inesperado. El edificio Boghoss II, escenario de la violencia, permaneció en silencio, como testigo inmóvil de aquel instante fatal. Los casquillos sobre el pavimento, el eco de los pasos apresurados, los disparos y el silencio que siguió quedaron grabados en la memoria de quienes cruzaron el lugar aquel martes.
El imperio de Santurián continuó su camino, pero la historia del empresario y su exsuegro se transformó en leyenda urbana de la ciudad balnearia: un drama familiar que terminó en muerte, recordado cada vez que los churros de Manolo calientan las mañanas de turistas y vecinos, como un eco distante de aquel diciembre fatal.
