En el Día del Lector distintos escritores invocan su relación con la lectura y coinciden desde distintas perspectivas en que «la cuestión no es leer mucho o poco, si no leer bien».
Por Carlos Aletto
A pesar de la dispersión extrema que plantea un mundo de hiperconexión, la supremacía de la cultura audiovisual y el aumento sostenido en el precio de los libros, el placer de la lectura parece lejos de extinguirse: a poco de celebrarse un nuevo Día del Lector -instituido el 24 de agosto en coincidencia con la fecha de nacimiento de Jorge Luis Borges, valorado como el escritor más importante de Argentina aunque él se consideraba sólo un buen lector-, distintos escritores invocan su relación con la lectura y coinciden desde distintas perspectivas en que «la cuestión no es leer mucho o poco, si no leer bien».
En estas dos décadas del siglo XXI se instaló en la sociedad que frente a la conexión con el mundo virtual, al ruido que provocan las nuevas tecnologías, el lector no puede conectarse con el libro. Para Martín Kohan, reconocido por obras como «Dos veces junio» y «Ciencias morales», con el primer lector debe haber nacido la primera distracción. «No hay manera de que eso no ocurra -dice el escritor-. La pulseada entre concentración y distracción la libramos todos, desde siempre».
Hace unos días, durante una charla que ofreció en la Feria del Libro en Rosario, Kohan sostuvo sin querer incurrir en quejas apocalípticas que «siempre debe haber existido ante una nueva tecnología, una distracción, y la preocupación de vivirla como una amenaza para la lectura. Ahora es la lucha de la lectura contra el teléfono, que es la computadora que se lleva en la mano».
Una lucha
Edgardo Scott acaba de publicar «Escritor profesional» -además de reeditar su novela «El exceso»-, donde plantea algunas reflexiones en torno al oficio de escribir. Para él existen dos tipos de lectores que seguramente se entrelazan de una manera que, asegura, no termina de distinguir bien.
Para el escritor que vive en Francia, «por un lado están los lectores, los otros, ahí afuera, en el mundo y si uno escribe tiene la suerte de saber de ellos, mandan postales o injurias, mandan noticias y llamados, son agradecidos y demandantes, pero por otro lado hay un lector en uno, que solo descansa apenas cuando escribimos», asegura en conversación con Télam.
Desde otra mirada, Ana María Shua, cuya escritura ha dado vida a novelas, cuentos y microrrelatos, opina que «leer expande la mente, nos permite viajar de la manera más extraña; no se trata de recorrer el mundo, sino de entrar en la mente de otro ser humano para ver el mundo desde sus ojos: una forma de transmigración. No hay manera de encerrar a alguien que disfruta de los libros, si tiene la posibilidad de leer». Según la autora de «Los amores de Laurita» e «Hija» esa conexión entre el mundo del lector y el escritor está a salvo.
Kohan explicó durante su charla en Rosario que cuando él era chico también se decía que «antes era mejor, ahora con la televisión los chicos no leen». Al autor de «Cuentas pendientes» y «Me acuerdo» le parece que hay algo tramposo en apuntar que el problema de la lectura se concentra en la franja de los niños o de los adolescentes: «Esto es una coartada de adultos no lectores, que son casi todos. La coartada del adulto que no lee es presentar el problema como un tema de niños y de jóvenes que no leen (…), pero no es así, leen mucho y motorizan fuertemente la dinámica editorial», como ocurre con los libros de Harry Potter, de J.K. Rowling.
Kohan sostiene que la humanidad ya tuvo el problema de la concentración en la lectura cuando un dinosaurio rugió y los distrajo.
Pero dicho esto aclara que los estímulos de distracción se han multiplicado: «el lector construye la escena de un desconectarse (se conecta con lo que lee y se desconecta del entorno) y si algo caracteriza a esta época, tecnología mediante, es que nunca estamos desconectados y en muchos casos ni para dormir. Todo el tiempo conectado con el entorno. Entonces, ahí sí ese ejercicio de desconexión que el lector necesita para conectar con la lectura parece estar especialmente amenazado» asegura.
Scott se concentra en ese lector interno. El autor de los libros de cuentos «Los refugios» y «Cassette virgen» asegura que no cree que se escriba una lectura: «Siempre se escribe algo después o algo antes de la lectura, algo a destiempo y desplazado. Uno escribe y enseguida ese lector nos sugiere algo, nos interrumpe, nos alienta o disuade. Pero yo creo que ese lector está hecho de todos los otros. Leemos porque nos han leído, siempre es así», explica.
La experencia de un escritor
Félix Bruzzone, autor de «307 consejos para escribir una novela» y profesor universitario en la carrera de Escritura Creativa, cuenta su experiencia de escritor con su primer lector, quien en una época de su vida fue su tío: «Escribía para que a él le gustara lo que yo escribía, o para que por lo menos lo pudiera seguir y entender. No se trataba de que tuviera problemas de lectocomprensión, todo lo contrario. El asunto era que muy rápidamente detecté que él no soportaba las escrituras que no dicen nada, que están llenas de retórica y se desangran por nada. Es de esos lectores que necesitan algo que los lleve de frase en frase, como un caballo. Si el caballo lo lleva a un lugar que le gusta, mejor, pero si lo lleva a cualquier lado, alcanza con la promesa de que en algún momento lo va a dejar donde él quiere para que siga montado y feliz».
«Ese fue mi primer gran lector. Un lector real, que desestimó todo lo que escribí, por incomprensible y vacuo, desde mis quince años hasta mis veintipocos, y un lector imaginario que sigue estando en mi horizonte cuando escribo. Es un lector fácil de manejar. Solo necesito un buen caballo, una escritura que le haga buena montura a su deseo de ir rápido, y en el camino puedo hacer lo que yo quiera. Hay otros lectores, seguro, que piden otras cosas. Pero creo que todos son yo mismo queriendo copiar cosas que leo, y como leo en forma salteada y caótica, no los tengo tan identificados», explica el autor de las novelas «Los topos», «Barrefondo» «Las chanchas» y «Campo de Mayo».
Para Scott queda claro que las lecturas pasadas, así como la influencia de otros lectores en su escritura, juegan un papel crucial en cómo comprende y aborda el acto de leer y escribir.
«Por eso creo -dice- que en este cambio de época es clave insistir sobre la importancia de la lectura y la formación como lectores. La cuestión no es leer mucho o poco, si no leer bien. Y eso también se aprende», asegura.
«Muchas veces aparece una disociación entre vivir y leer, como si leer no formara parte de lo que hacemos cuando vivimos o como si vivir leyendo no fuera nuestra utopía personal -indica Kohan-. Las lecturas me han marcado excesivamente y al mismo tiempo elaboran lo que sería estrictamente una memoria y un cierto grado de comprensión de lo que pasó. La lectura no solo es muy estimulante para mí, la considero socialmente indispensable».