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enero 14, 2025
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Felipe Pigna en Mar del Plata: “Un historiador no puede cambiar la historia, pero puede ayudar a que la gente piense”

El reconocido escritor presentó la edición 20º Aniversario de Los mitos de la historia argentina dentro del ciclo Verano Planeta y dialogó con Bacap.

Por Lucas M. Alarcón

Frente a una sala totalmente colmada, Felipe Pigna presentó la nueva edición de su primer gran éxito editorial: Los mitos de la historia argentina. A 20 años de la aparición de un libro imprescindible para cualquier tipo de biblioteca, la editorial Planeta organizó una presentación en el hotel Costa Galana en ciclo Verano Planeta, que ya lleva 28 ediciones ininterrumpidas.

Antes de la charla al público, Pigna hizo un espacio en su agenda para conversar con Bacap sobre este best seller, y por supuesto sobre una variedad de temas que no escapan a su aguda mirada. 

-Felipe, tanto vos como tu editor, Alberto Díaz, mencionan en sus prólogos que una preocupación central de Los mitos de la historia argentina fue debatir la identidad del país. Esta preocupación se refleja en el libro y, creo, en toda tu obra. Como historiador, ¿por qué elegiste enfocarte en esta vertiente nacional e identitaria?

-Este libro es un reflejo de su época. Fue escrito en plena crisis de 2002 y publicado en 2004. En ese contexto de estallido social y descreimiento generalizado, había una profunda preocupación por la identidad argentina: cómo habíamos llegado a esa situación, cómo nos habíamos conformado como nación, quiénes fueron los traidores y los patriotas. Ese debate estaba muy presente. A mí me pareció y me sigue pareciendo importante abordar este tema, porque tenemos una historia interesante y no debemos caer en posturas extremistas. Somos un pueblo con virtudes y defectos, como cualquier otro, sin ser ni los mejores ni los peores. Además, es notable la fuerte conciencia cultural que se mantiene hasta el presente, con un gran valor otorgado a la cultura, la educación y la salud pública. Valores que hemos mantenido presentes, al menos hasta el año pasado.

-¿Por qué creés que hoy este tema de la identidad nacional vuelve a estar en el centro de la discusión pública?

-Yo, sin ánimo de corregirte, no usaría la palabra «discusión», porque acá no hay ninguna discusión. Lo que hay es una agresión, un nivel de agresividad brutal y descalificatorio, que es muy diferente a una discusión. Una discusión implica que vos decís algo y permitís que el otro diga algo también. Acá no existe esa posibilidad. Es un discurso completamente autoritario que no habilita el contra-discurso.

En realidad, lo que ocurre es una descalificación y una destitución de un pensamiento previo, pero no hay discusión. No es que se haya abierto un debate en la sociedad sobre esto. Es más bien la imposición de ideas fuerza como “la educación pública no sirve”, “la medicina pública no sirve”, o “el Estado no tiene sentido”. Estas ideas no te dan la posibilidad de debatirlas de ninguna manera. No hay debate, no hay polémica, simplemente está eso.

-¿Para vos cuál fue el motivo por el cual llegamos a este punto?

-Una votación muy pobre. Porque no estamos en un gran debate nacional, que para mí, sería absolutamente necesario. Deberíamos rediscutir el rol del Estado. Hablar del buen uso de los recursos estatales, de la eficiencia estatal, de garantizar que los impuestos que uno paga vayan realmente a donde tienen que ir. ¿Cómo no estar de acuerdo con eso? Pero eso no es lo que estamos viendo en este momento.

Es un ataque directo al Estado, entendiendo de una manera muy básica que es el centro de todos los males. Esto es muy peligroso porque lleva a pensar que el Estado no sirve para nada, cuando, en realidad, lo que tenemos es un Estado ineficiente. Son dos cosas completamente diferentes.

-Desde tu visión global, ¿esto responde a una crisis mundial de la representación política o estamos ante una excepción en comparación con otras naciones?

-Es un fenómeno global, pero acá lo que Milei advirtió con mucha inteligencia es que puede liderar ese movimiento. Puede convertirse en una figura importante a nivel mundial por su audacia y por atreverse a ir a lugares donde otros no se atreven. En ese sentido, no es tan difícil transformarse en un líder de los extremos, un espacio que estaba vacante. Ahora, obviamente, tendrá que competir con figuras como Trump.

-¿Y cuáles suelen ser los desenlaces históricos de este tipo de situaciones que ya han ocurrido a lo largo del tiempo?

-En realidad, esta ultraderecha desvergonzada que vemos en los últimos 10 años no existía. Históricamente, la derecha siempre tuvo cierta vergüenza de mostrarse abiertamente como tal. Por ejemplo, acá no había partidos que se llamaran de derecha; siempre se presentaban como de centro, disimulando su posición. Esto se debe a lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la palabra «derecha» quedó asociada al nazismo y otras ideologías extremas.

Creo que ahora estamos frente a un fenómeno nuevo, donde el desparpajo es total. Hoy te dicen abiertamente: «Vamos a echar a todo el mundo, vamos a quitar todos los derechos laborales, vamos a hacer esto o aquello». Y, por algún motivo que no termina de explicarse del todo, ese discurso le resuena bien a muchas personas.

-Una de las herramientas para instalar estos discursos son las fake news, o incluso cuestionar conceptos como la redondez de la Tierra. Como historiador que trabaja con los hechos, ¿qué opinas de este tipo de estrategias comunicativas?

-La verdad, es sorprendente ¿no?. Creo que no podemos obviar un fenómeno tremendo que cambió todo, que movió todos los papeles: la pandemia. Donde la gente pasó mucho tiempo encerrada, mucho tiempo en las redes, lo que generó mucho «pasto» para la conspiración, para explicaciones fáciles de cosas difíciles de explicar.

Entonces, ahí empezaron a resurgir cosas que ya estaban pasadas de moda. El terraplanismo, imaginate desde cuándo viene. El movimiento antivacunas y un montón de cosas que empezaron a aparecer ahí, y fueron muy bien explotadas por estos sectores.

La idea de que la democracia no sirve, la ciencia no sirve, y un montón de cosas más afloraron, junto con un profundo resentimiento, la idea del odio y la venganza. Es una cierta venganza que no tiene un destinatario muy claro, porque termina siendo la propia víctima el promotor de esa situación.

-Felipe, ¿el regreso de la publicación del primer volumen de Los mitos de la historia argentina tiene que ver con esta lucha que iniciaste hace 20 años, y que ahora está tomando un nuevo impulso?

-Lo principal es no sentirse poderoso. Yo no me siento para nada poderoso. Me preguntaban el otro día: ¿cuánto puede cambiar la historia un historiador? Nada, no puede cambiar nada. Puede ayudar a que la gente piense, no mucho más. Tampoco tengo tanta pretensión. Es lo que uno trata de hacer: vincular el pasado con el presente, evitar repetir los mismos errores y seguir haciendo las cosas que hicimos bien.

-Para cerrar, de toda tu producción sobre historia argentina, ¿qué hecho histórico te resulta particularmente atractivo y, a pesar de haberlo difundido, sentís que aún no ha logrado instalarse como te gustaría?

-La guerra civil, que es un tema para un libro que me debo todavía. Es una guerra que duró 65 años. Ahora parece que medio se termina en 1862. Pero no se terminó ahí, siguieron los despelotes en todos lados. Chacho Peñaloza, Felipe Varela, López Jordán, los alzamientos, la guerra del Paraguay, que es casi parte de la guerra civil también. Es un periodo muy interesante, complejo, donde se intentaron formas de organización nacional fracasadas. Urquiza en Entre Ríos tratando de armar un país, Mitre en Buenos Aires, Calfucurá en el sur. Tres estados. Es fascinante esa etapa desde el enfoque de un país en guerra, de la sensación de lo provisorio, que me parece que es muy fuerte en Argentina. 

Yo creo que todo el mundo vive en una en una sensación de cosa provisoria ¿Por qué la gente se apura tanto en viajar ahora y gastar afuera? Porque sabe que esto es transitorio. No me refiero a Milei, me refiero al modelo de dólar barato. Siempre fue igual. ¿Cuánto duró la plata dulce? Menos de 2 años, y con un costo monumental. Hay una idea de cosa provisoria, de fragilidad, que está presente en nosotros.

 

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