En las noches marplatenses, entre luces de neón y ecos de jazz, se tejió una historia que desbordó las fronteras del crimen. Margarita Graziana Di Tullio, conocida como «Pepita la Pistolera», fue una mujer que desafió las convenciones de su tiempo, dejando una marca imborrable en la historia del hampa argentino.
Por Lucas Alarcón
Durante años, fue apenas un susurro en las noches marplatenses. Un fantasma con tacos altos, armas cortas y una historia que parecía más una película que una biografía. “A mí me mataron por puterío”, se la escuchó decir una vez. Y si la frase es cierta, es porque en la vida de Pepita la Pistolera nada fue sencillo. Ni su nombre, ni su muerte, ni su fama.
Margarita Graziana Di Tullio, nacida el 15 de junio de 1948 en Mar del Plata, encontró en su ciudad natal algo parecido a un refugio. O quizás un escenario. Fue aquí donde su leyenda tomó forma: dueña de cabarets, ex pareja de un capitán de pesca, involucrada en tiroteos, venganzas, traiciones. En una ciudad donde las historias se esfuman con la espuma del mar, la de Pepita se quedó como una cicatriz.
Desde pequeña, su vida estuvo marcada por la violencia y el delito. Su padre, Antonio Di Tullio, un inmigrante italiano, la entrenó en boxeo y la introdujo al manejo de armas. A los siete años ya cometía pequeños robos. Más tarde, formó parte de bandas armadas y, en los años 80, se convirtió en una figura temida y respetada en el submundo marplatense.
“La Pistolera”
El 25 de agosto de 1985, un triple homicidio que ella misma protagonizó terminó de sellar su fama. A balazos, se deshizo de tres hombres que la habían amenazado. Fue detenida, pero terminó absuelta: alegó legítima defensa. Ese episodio le dio su apodo definitivo: «la Pistolera».
A medida que su fama crecía, también lo hacía su prontuario y sus relaciones peligrosas. En los años 90, su nombre apareció vinculado —aunque nunca se probó judicialmente— a una de las heridas más profundas del periodismo argentino: el asesinato de José Luis Cabezas. Según investigaciones periodísticas, uno de los autos utilizados por la banda de «Los Horneros» para movilizarse pertenecía a Margarita, y algunos integrantes del grupo frecuentaban su boliche, Neisis Drinks. Ella siempre lo negó. Pero en la lógica del mito, lo negado es tan potente como lo confesado.
En 1998, llegó incluso a sentarse en la mesa de Mirtha Legrand. Su presencia generó polémica y dejó tras de sí más rumores que certezas. Años después, confesaría en privado que esa aparición pública marcó el principio del fin: las cámaras no perdonan, pero el hampa mucho menos.
El 30 de septiembre de 2009, Margarita murió tras varios meses de internación. Su funeral fue más bien una escena de película: champagne, aplausos, música de Sandro. Como si su vida hubiera sido escrita por una guionista del cine negro.
Hoy, su figura regresa, pero esta vez desde la ficción. La película La Pistolera, dirigida por Lucía Puenzo y protagonizada por Luisana Lopilato, se prepara para explorar no solo el mito de la criminal, sino también la compleja humanidad de una mujer que vivió al margen de la ley pero nunca del centro de la escena.
Porque en el fondo, Pepita no fue solo una delincuente. Fue un síntoma. Un espejo roto de la Argentina de los noventa y de una ciudad que aún guarda secretos entre sus luces de neón.