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agosto 22, 2025
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El monstruo de Bouchard: el filicida que desgarró a Mar del Plata

En octubre del año 2000, Ariel Bualo degolló a sus hijos de cuatro y dos años en una casa del barrio Bernardino Rivadavia para vengarse de su exesposa. El crimen conmovió a Mar del Plata y al país.

Por Lucas Alarcón

“Los chicos te van a dar una sorpresa para tu cumpleaños”, le dijo Ariel Rodolfo Bualo a su exmujer antes de irse con Sebastián y Valentina, sus hijos de cuatro y dos años. Era domingo 15 de octubre. Dos días después, Adriana García iba a cumplir años, y él se había adelantado con un regalo: era el Día de la Madre y quiso dejarle algo “de parte de los chicos”.

Ese lunes 16, los planes eran simples: visitar a la abuela, llevar a los nenes a jugar al pelotero y devolverlos a la noche. Pero eso nunca pasó. Sebastián y Valentina fueron hallados degollados en la cama matrimonial de la pequeña casa de Bouchard al 7200, en las afueras de Mar del Plata. Ariel, su padre, los había asesinado con frialdad quirúrgica.

Esa noche, después de matarlos, se acostó junto a los cuerpos. Dormitó, fumó, esperó que pasara el tiempo. Al amanecer, llamó a la Policía y confesó lo que había hecho.

Una venganza premeditada

Ariel Bualo tenía 38 años y trabajaba con una empresa de seguros. Estaba separado hacía un año de Adriana García, la madre de los chicos, con quien mantenía una relación signada por el conflicto, el hostigamiento y el resentimiento. Había denuncias cruzadas, manipulación emocional y amenazas que Adriana había escuchado más de una vez: “Si me dejás, te voy a sacar lo que más querés”.

Tenía el régimen de visitas habilitado y, por eso, retiró a Sebastián y Valentina con total normalidad. Durante el día, compartió con ellos actividades cotidianas. Les compró facturas, les preparó jugo y, en apariencia, todo transcurrió sin sobresaltos. Pero la maldad ya estaba en marcha. En algún momento de la tarde les suministró somníferos. Esperó a que se durmieran y, cuando la casa quedó en silencio, los degolló con un cuchillo de cocina.

Acomodó sus cuerpos en la cama con una perturbadora delicadeza: tapados hasta el cuello, como si el horror se pudiera disimular bajo una sábana limpia. Después se duchó, se cambió de ropa y se acostó a su lado. Así pasó la noche. La carta que supuestamente escribió para Adriana nunca fue encontrada.

En la mañana del martes 17, Bualo llamó a la comisaría. Dijo dónde estaba y lo que había hecho. Cuando llegó la Policía, lo encontraron sereno, sin lágrimas ni temblores. Dijo que lo hizo “para que ella sufra”.

Una condena sin redención

Ariel Bualo fue detenido de inmediato y trasladado a la Unidad Penal Nº 34 de Melchor Romero, donde aún cumple la pena de prisión perpetua impuesta en 2002 por doble homicidio calificado por el vínculo. Durante el juicio, una psicóloga forense lo describió como un sujeto narcisista, manipulador y carente de empatía. Su crimen fue el de un hombre que no pudo soportar perder el control sobre una mujer y, para castigarla, eligió lo más cruel: matar a sus hijos.

Adriana intentó rehacer su vida. Con los años volvió a formar pareja, tuvo otros hijos y se mudó. Pero el dolor no se muda. “Octubre es un mes que quisiera borrar del calendario”, dijo alguna vez en una entrevista con medios locales. Su frase se convirtió en símbolo de una herida que ni el tiempo ni la justicia pudieron cerrar.

La casa de Bouchard al 7200 sigue en pie. Cambió de dueños, pero no de historia. Para los vecinos, ese rincón del barrio Bernardino Rivadavia todavía huele a tragedia. Las paredes, aún pintadas, parecen retener el grito de lo que ocurrió ahí adentro.

El caso de Ariel Bualo quedó marcado en la historia criminal de Mar del Plata no por su espectacularidad, sino por su espanto íntimo. No hubo mafias, ni drogas, ni disparos. Solo una escena doméstica común atravesada por un odio descomunal. Un padre que convirtió a sus hijos en instrumento de venganza. Una madre que jamás dejó de llorarlos. Y una ciudad que, veinticinco años después, sigue sin encontrar palabras para nombrar lo innombrable.

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