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El metrónomo de Beethoven

La velocidad a la que se deben tocar las obras de Beethoven fue, durante casi dos siglos un gran misterio. Las anotaciones del alemán en sus partituras son confusas y, en muchos casos, irreproducibles. ¿Algo andaba mal con su metrónomo? Una pareja de españoles parece haber encontrado respuesta al enigma.

Por Remigio Gonzalez

El problema

Señoras, señores, anoten la fecha: 1815 fue el año en que todos los músicos del mundo suspiraron, en si bemol, por la invención del metrónomo. Esta nueva pieza de ingeniería, en algunos aspectos parecida a un reloj de péndulo, ayudaría a estandarizar la velocidad de sus partituras. Atrás quedaron los días del allegro, allegretto, svelto o andante, términos italianísimos y poco consistentes.

Pero atención, porque ese suspiro en si bemol suena un poco desafinado. Brahms, Wagner, Liszt y muchos otros reconocidos compositores de la época se opusieron a su uso, por considerarla una herramienta inútil para cualquier músico que lo valga. Hubo un compositor alemán bastante conocido también, de apellido Beethoven que, fiel a sus principios, hizo oídos sordos a los detractores del aparato, y adoptó instantáneamente al metrónomo como su au pair musical. Tanto es así que sabemos que Beethoven volvió a escribir muchas de sus composiciones, agregándoles la precisión que el metrónomo le susurraba.

Frenamos el ritmo del relato para hacer un breve impasse. Es tal vez necesario aclarar, con la brevedad de un único párrafo, cómo funciona (o funcionaba) un metrónomo hace más de 200 años. La función primordial del dispositivo es producir un sonido a intervalos regulares. Ni más ni menos, ni más lento ni más rápido. Tic tic tic tic. Acerque su oído a un reloj con agujas, y escuchará un metrónomo configurado a 60 pulsaciones por minuto, o como se dice en la jerga musicaloide, 60 BPM (beats per minute, in English).

En las primeras décadas del siglo XIX, los metrónomos consistían en dos masas, una grande y una pequeña, unidas por una varilla metálica. La masa grande permanece oculta, inmóvil, en una estructura de madera, mientras que la masa pequeña se mueve libremente por la varilla. Al acercar ambas masas, el intervalo entre los sonidos era más corto (BPM más rápido), y al alejar las dos masas, el intervalo era más largo (BPM más lento). Después arreglamos la tarifa por la clase de mecánica y física. Póngase, ahora, el gorro abombado y la pipa, y busque una lupa: tenemos un enigma que resolver.

Modelo de metrónomo antiguo, similar al usado por Beethoven. Foto CC – Creative Commons

Beethoven fue uno de los primeros músicos de la historia en usar el metrónomo para la notación rítmica de su trabajo. El problema conocido como El metrónomo de Beethoven parte de un enunciado aparentemente simple: La notación rítmica que Beethoven hacía en sus partituras era excesivamente rápida. Si los músicos de la época, e incluso los músicos modernos quisieran tocar a la velocidad que Beethoven indicaba, descubrirán rápidamente que es imposible, o bien los resultados son muy poco musicales.

Cada vez que escuchamos una orquesta interpretar, digamos, la quinta sinfonía, la velocidad que escuchamos es una aproximación hecha por el director de turno, para que sea tocable y escuchable. Aquí podemos escuchar el ta ta ta taaaaaaaan de una interpretación en 2010, y aquí una del año 2012. Notará como la primera es bastante más rápida que la segunda, a pesar de seguir la misma partitura.

Aquí la incógnita se profundiza: ¿Cómo puede ser que uno de los más grandes músicos de la historia anote erróneamente la velocidad de sus propias obras?¿Será que su metrónomo funcionaba mal?¿Beethoven no sabía leerlo?¿Será simplemente un error de transcripción? Prenda su pipa y escuche, tengo pistas para mostrarle.

La hipótesis

Hay un chiste sobre Beethoven que me encanta. Dice así: Beethoven era tan pero tan sordo que él creía que era pintor. Me encanta porque no tiene mucho sentido. Sin embargo, la sordera de Beethoven ha sido largamente documentada. Durante muchos años se especuló que era precisamente su paupérrima audición lo que no le permitía escuchar el metrónomo, por lo que sus anotaciones eran un producto aproximado de ver ir y venir la masa pequeña en el péndulo. Otras ideas proponían que el error metronómico tenía que ver con el sobrino del compositor, Karl van Beethoven, quien ayudara a su tío en la transcripción de sus composiciones, y que es posible que tuviera dificultades para entender el innovador aparato. Ambas ideas son posibles, ambas ideas son probables. Ambas ideas son, no obstante, inconsistentes con el talento y la obsesión por el detalle (especialmente rítmico) de Beethoven.

La teoría más aceptada hasta hace muy poco sostenía que el metrónomo de Ludwig funcionaba mal. Parece un argumento correctamente orquestado: explicaría por qué sus anotaciones eran consistentemente erróneas (y rápidas, porque nunca anotó una partitura como excesivamente lenta); el metrónomo era una tecnología nueva para la época pero muy frágil en su composición y además este argumento borra las manchas sobre el prístino nombre de Beethoven, el todopoderoso compositor que jamás se equivoca.

Les presento, ahora, a nuestros Sherlock y Watson: Almudena Martín Castro e Iñaki Ucar, ambos músicos y científicos, son una pareja española que, como buenos intérpretes, parecen haber dado en la tecla para resolver el misterio. En diciembre del pasado año publicaron un fantástico paper donde explican su investigación, su método y su conclusión. Ellos conocían a la perfección muchas de las teorías disponibles hasta la fecha: la sordera, las dificultades de transcripción del sobrino, el metrónomo descompuesto: ninguna rascaba su histórico y musical prurito ya enrojecido.

Comenzaron investigando todas las interpretaciones grabadas que pudieron encontrar sobre la música beethoviana. Fueron más de 160 horas de música clásica. Con ese enorme data set, decidieron encontrar la diferencia en BPM entre las obras grabadas y las indicaciones anotadas por Beethoven en las partituras originales de sus obras. Y encontraron un dato sorprendente: en promedio, la variación era una constante de 12 puntos. Dato doblemente sorprendente: en la partitura original de la novena sinfonía de Beethoven, la indicación de BPM está indicada así: “108 o 120”. Si, exactamente 12 puntos de diferencia. Además, en el alemán original dice “108 oder 120”, “oder” reemplazando nuestro “o”, que podría confundirse con un cero, lo que vuelve el mensaje aún más unívoco. Espero quede tabaco en sus pipas, nos queda el tramo final.

Primera página del manuscrito original de la Novena Sinfonía. En la esquina superior derecha podemos leer “108 oder 120”

La conclusión

Los españoles tenían un dato importantísimo. La variación promedio entre las anotaciones y las interpretaciones eran casi constantes, y además nos encontramos con ese manuscrito original, cuyas inscripciones sugieren exactamente la misma diferencia. Es la pista primordial. En su análisis histórico, la pareja de músicos buscó y rebuscó modelos de metrónomos antiguos, hasta dar con los más antiguos de la historia, literalmente. Allí notaron algo curioso. La masa pequeña, que es la que hace oscilar el péndulo y produce los sonidos en intervalos parejos, tenía una forma trapezoidal, más ancha en la arista superior que la inferior. Similar a una flecha apuntando hacia abajo, con la punta ligeramente recortada.

Esta, queridos lectores, es la cuerda que desafina el acorde, por dos motivos. En primer lugar, la altura total de la pesa menor era equivalente, por supuesto, a la medida de 12 puntos en el metrónomo. Por otra parte, ese diseño de flecha recortada invertida dificultaba la lectura del instrumento, lo volvía confuso. La conclusión de la investigación es que Beethoven estaba leyendo el número que aparecía por debajo de la masa pequeña, cuando tendría que haber estado leyendo el número que aparecía por encima. Esto explica por qué todas las anotaciones eran siempre más rápidas (y nunca más lentas), y por qué las diferencias eran, en promedio, de 12 BPM. 

 

Figura 4A del paper Conductors’ tempo choices shed light over Beethoven’s metronome publicado por la pareja española. Vemos la forma de la masa, y como su altura equivale a 12 puntos en el metrónomo.

Podemos ir apagando la pipa, cerrando el piano y bajando el telón. Nuestros colegas ibéricos hicieron el trabajo sucio, y nos dieron la hipótesis mejor documentada y estudiada hasta la fecha. La respuesta al problema fue trina: un error de diseño (una forma símil flecha que debe leerse por el lugar contrario al que apunta), un problema de usabilidad (Beethoven fue de los primeros usuarios de una tecnología nueva), y una búsqueda de hipótesis retorcida (se llegó a sugerir que Beethoven lo hacía a propósito, para despistar a músicos novatos). 

El aporte de los españoles agrega armonía a un problema bastante disonante, que confundió a músicos, compositores, historiadores, fanáticos, violinistas, chelistas, pianistas y a todo el resto de la orquesta. Cuando alguno de ustedes se cruce con un joven Ludwig Van Beethoven, escribiendo sinfonías por aquí y sonatas por allá, con partituras cayéndose de las manos y el pelo todo despeinado, simplemente hay que pedirle que no vaya tan rápido.

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