La historia del diseño reafirma que la asociación de un color con cierto género es sólo una construcción social y cultural que, de hecho, sufrió cambios con el correr de los años. El rosa como símbolo de la fuerza y lo varonil. El aporte del diseño a la igualdad de géneros.
Por Julia Van Gool
La asociación de colores con determinados géneros es una convención social que posee entre 60 y 70 años de vigencia y no tiene ninguna condición natural, según demuestran investigaciones en la materia o estudios que analizan las elecciones o preferencias de las infancias. La historia del diseño demuestra que se trata de una noción que incluso ha sufrido modificaciones a lo largo de los años y que, por ejemplo, arroja que el rosa no siempre fue considerado para «nenas» o el celeste «para nenes», como sí lo ha sido en las últimas décadas, aunque con una marcada pérdida de adhesión en los últimos años.
Con el crecimiento del movimiento feminista y la implementación de políticas públicas en pos de la igualdad de géneros en el país y en el mundo, la búsqueda por suprimir diferencias y evitar concepciones binarista que dejen por fuera a disidencias, la moda y el diseño borronearon límites y allanaron nuevas alternativas.
Para conocer más sobre la historia de los colores y su vinculación con las personas, BACAP dialogó con Gisela Kaczan, diseñadora industrial, doctora en Historia e investigadora adjunta del Conicet, quien analizó y reflexionó acerca del debate.
En primer lugar, Kaczan remarcó un punto de partida esencial y es que la relación color-géneros no responde a «una condición natural ni estática», sino «una convención de los grupos sociales, dinámica e inestable que depende de la cultura y del momento histórico» que se analice.
Es que según señala la investigadora, «un breve recorrido por la cultura visual, la historia del arte y de la moda en la sociedades occidentales, nos permite reconocer algunas de las transformaciones y advertir que se han vinculado tanto con condiciones mágicas e imaginarias como con condiciones técnicas y económicas». «La evolución de las formas de teñido, el descubrimiento de nuevas rutas para acceder a colorantes desconocidos, el desarrollo de la alquimia, la física y la química», también entran en el listado de los factores de cambio.
Inicios
Ahora, ¿cómo arrancó la asociación de ciertos colores a ciertos géneros? ¿siempre el rosa fue para «nenas» y el celeste para «nene»? Exploremos las pistas de la historia, pero, spoiler alert, la respuesta es: no.
«Si nos remontamos a la sociedad europea del siglo XV, los colores rosa y azul eran formas de distinción de clase. El tinte y el proceso para lograr el pigmento rojo era muy costoso y solo accesible para los grupos adinerados, por lo cual era característico de los reyes, mientras que el rosa identificaba a los varones sucesores. También el rojo se usaba para la confección de uniformes militares dando idea de una fuerte masculinidad», explicó Kaczan.
«Por otro lado, el azul también era preciado por su costo, por lo que se destinó a representar el manto de la Virgen María y con ello, su significado de honor y virtud virginal fue transferido a las niñas, también de los grupos privilegiados. Para algunos, este color se ligaba con el azul profundo del cielo puro de las almas», agregó.
Colores, algodón blanco y tonalidades
Por otra parte, la diseñadora e investigadora advierte que hacia el siglo XIX, la indumentaria para los infantes comenzó a diferenciarse de la de los adultos, priorizándose para los bebés, niños y niñas, la elección del «algodón blanco» como material y color más elegido. «Es decir, más para indicar la edad que el género», explicó.
Sin embargo, Kaczan detalla que es hacia las primeras décadas del siglo XX cuando se fueron incorporando colores de «tonalidades pasteles» y, «según algunas investigaciones, después de la Primera Guerra Mundial, los uniformes dejaron su tonalidad roja y ese color dejó de ser considerado signo de lo varonil».
«Sumado a esto, la tendencia de la moda infantil por el uso del traje marinero, junto al descubrimiento del tinte sintético, favorecieron para que el azul se instalara en el vestuario de los niños y, por oposición, el rosa en el de las niñas. Este podría ser un primer paso, pero era más una cuestión de moda que de una fijación de estereotipos de género«, explicó.
Fue así que, luego de la Segunda Guerra Mundial, con la separación de los roles entre mujeres y varones cada vez más marcada, en el marco de una sociedad moderna y patriarcal y de una industria del vestir de consumo de masas e impulsada por el marketing y la publicidad, que la paleta de colores comenzó a delinearse «según las diferencias binarias y desde la primera infancia».
«El color era una marca visible, altamente reconocible del sexo del bebé, aunque estas condiciones no resultaron del todo hegemónicas, dependían aún de ciertas tradiciones de acuerdo al lugar y sus variantes», explicó Kaczan.
Sin embargo, entre 1980 y 1990, la investigadora del Conicet destaca la aparición en la escena de un avance fundamental: el trabajo de la ciencia para saber con anticipación al nacimiento el sexo del bebé.
Después de todo lo expuesto, ahí «el color rosa y el color azul se definieron para hacer visible la identidad a través de la ropa». «Así, comenzaron a perfilarse los estereotipos que conocemos hoy, marcas que se van instalando y se siguen reproduciendo desde los primeros días de vida. Pareciera ser que en el imaginario social, el rosa remite a lo femenino y el azul o celeste a lo masculino. Tan fuertemente situada es la asociación que para muchos sigue siendo inquietante ver vestido a un niño de rosa, casi como si esto fuera una insinuación de su sexualidad en riesgo«, describe.
El aporte a la igualdad
Consultada por BACAP acerca del aporte que el diseño y la moda podría hacer en la lucha por la igualdad de género, Kaczan compartió su opinión y aseguró que «el diseño, como práctica creativa, es un campo de oportunidades para sembrar novedad, para proponer nuevos objetos y nuevos significados. E incluso para rediseñar y resignificar los ya existentes, para pensar cosas establecidas de otra manera y generar nuevas versiones»
«Pero las prácticas del diseño están atravesadas tanto por las necesidades de la industria y las tendencias estéticas y de gusto del mundo de la moda, como por los movimientos sociales, las transformaciones en las relaciones entre los géneros, las formas de educación sobre los roles y estereotipos, entre otros tantos«, señaló.
«Por lo cual, las propuestas creativas se nutren de las dinámicas sociales a tal punto que muchas veces emergen usos y significados que no estaban previstos de antemano por el diseñador», agregó.
En este sentido, y teniendo en cuenta la simbiosis cultural dentro de las asociaciones color-géneros, Kaczan aseguró que, en la actualidad, considera que » una gran parte de los diseñadores dialoga con los intereses y preocupaciones latentes, en vías de que las formas del vestir puedan expresar la pluralidad de género, incluso más allá del binarismo sexual, no solo masculino-femenino».
Esto, aseguró, abre «la posibilidad de diseñar dando espacio a diferentes géneros y expresiones de la sexualidad». «No somos todos iguales y esa es una virtud de los seres humanos. Desde el diseño se pueden disponer ideas, herramientas y procesos que favorezcan la diversidad, la multiplicidad de cuerpos e identidades que potencian nuestra sociedad», concluyó.
1 comentario
excelente artículo, de muy grata e instructiva lectura
La Dra Kaczan, además, es una muy digna representante de nuestros jóvenes marplatenses, formadas en la Universidad Nacional de Mar del Plata, que se proyectan más allá de nuestra ciudad.