Uno de los principales e inmediatos desafíos de quienes están frente a la escuela será evaluar in situ el impacto de las ausencias.
Burbujas, reducción de aforos, sistemas híbridos que combinarán -y alternarán- presencia física y virtual, nuevos recreos, distancia social, higiene personal e institucional. Con estas y otras medidas preventivas, el sistema educativo argentino afrontará uno de sus más grandes desafíos: la vuelta a la escuela de 11,5 millones de chicos y adolescentes tras un año de ausencia obligada por la irrupción de la pandemia.
El de este año no será una mera vuelta a clases; será un regreso a la escuela, ese espacio físico que resignificó su valor en tanto institución que reduce brechas y desigualdades sociales.
La escuela, en articulación con otras instituciones del Estado, debe además intentar recuperar a los alumnos que, ya sea por razones sanitarias y/o socioeconómicas, no pudieron tomar contacto con su docente en la virtualidad, aún con los recursos volcados por la administración nacional y las jurisdicciones.
Un relevamiento nacional realizado el año pasado por el Ministerio de Educación da cuenta que poco más de un millón de alumnos tuvieron en el 2020 un contacto nulo o de tres veces por mes con su maestra y, en consecuencia, con los conocimientos que le impartía.
Incluso enmarcado en un modelo híbrido de presencialidad y virtualidad, el ciclo lectivo 2021 propiciará un reencuentro que servirá para que chicos, padres y docentes comiencen -o retomen- el trayecto de intercambio de saberes y experiencias en un espacio físico en el que los estudiantes construyen futuro y ponen en juego sus alegrías y sus frustraciones.
En diálogo con Télam, el jefe de Gabinete Santiago Cafiero expresó que «hay dos elementos que nos permiten proyectar un buen año lectivo en el 2021. La resiliencia y el compromiso de la comunidad educativa, y la vocación de diálogo y de cuidado de la salud de este gobierno.»
Para el funcionario, el 2021 » será un año para avanzar en la conectividad digital y la democratización del acceso a los recursos digitales a través de la puesta en marcha del Plan Federal Juana Manso».
Evaluaciones
Con todo, uno de los principales e inmediatos desafíos será evaluar in situ el impacto de las ausencias.
Cada comunidad escolar, en una tarea sinérgica que involucrará a padres, docentes y directivos, deberán trabajar para recuperar la formación educativa de aquel millón de alumnos, apoyados por un Estado que, con ese propósito, lanzó el Programa Acompañar-Puentes de Igualdad.
Esta iniciativa involucra a Educación y otros ministerios y está destinada a identificar a quienes desertaron del sistema en cada provincia con el objeto de apoyarlos con distintos recursos, proyectos y propuestas pedagógicas para lograr su revinculación.
«El derecho a la educación es una responsabilidad indelegable del Estado. En la complejidad del 2020 y en el marco del retorno a la presencialidad, establecimos pautas vinculadas al regreso voluntario a la escuela, y la recepción fue positiva», aseguró el ministro de Educación, Nicolás Trotta.
Y agregó que el desafío de cara a las próximas semanas será tener «una presencialidad cuidada desde una perspectiva federal en articulación con cada una de las jurisdicciones».
La desigualdad
Uno de los efectos de la pandemia fue mostrar las desigualdades que en educación ya existían antes de marzo del 2020. Y esta desigualdad se evidenció durante los nueves meses de aislamiento, tanto en la capacidad de acceso que los alumnos tuvieron a un dispositivo (computadora y teléfono móvil) o a internet, como en el capital educativo de los padres, que debieron convertirse muchas veces en docentes.
Y aquí los datos son reveladores. Según el sondeo realizado por la cartera educativa, sólo el 20% de los hogares contaba el año pasado con una computadora en el domicilio y sólo el 46% tenía un buen acceso a internet. El 30% que no tenía acceso a internet fija lo hacía a través del celular y el 3% no accedía.
La discontinuidad del programa Conectar Igualdad, a partir del 2015, profundizó esa situación, con lo que en la vuelta a la escuela «se verán aulas muy heterogéneas, en las cuales el principal desafío será la nivelación de saberes», coinciden los especialistas.
En este aspecto serán las provincias, con apoyo de Nación, las que elaborarán sus programas de reorganización de contenidos pedagógicos y algunas de ellas ya diseñaron clases especiales, que además priorizan la concurrencia a la escuela, orientadas a aquellos alumnos en situación de vulnerabilidad.
Algo imprescindible
La excepcionalidad que experimentó no sólo el sistema educativo argentino y mundial –la Unesco calcula que 160 millones de alumnos quedaron sin ir a la escuela– abarca además la salud mental del alumno y la reconstrucción de las rutinas familiares.
Un estudio difundido por investigadores del Conicet da cuenta que es imprescindible, además de trabajar para que las desigualdades en términos de saberes y conocimientos no se sigan profundizando, reforzar la implementación de estrategias orientadas a lograr otros objetivos de la educación, vinculados con el desarrollo de valores, actitudes y expectativas.
Indica además que en este momento de crisis educativa podría ser oportuno ponderar en mayor medida la atención de las necesidades emocionales de los estudiantes, reforzando el vínculo de éstos y sus familias con la institución escolar, con el objeto de evitar el abandono escolar.
La virtualidad, herramienta que resultó fundamental para sostener la continuidad pedagógica de miles de alumnos en el 2020, «llegó para quedarse» por lo que una vez superado el nivel de heterogeneidad en las aulas, será tiempo de incorporar la tecnología que miles de docentes debieron aprender para mantener el contacto con sus alumnos.
Carlos Skliar, investigador educativo del Conicet y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) aseguró: «Ir a la escuela y tomar clases no son sinónimos. La vuelta a la escuela es la vuelta de la comunidad a la vida pública y eso hace la diferencia».
«El año pasado sí hubo clases, lo que no hubo fue escuela. Se trabajó en el formato que se pudo, de manera precaria y con mucho esfuerzo que rozó la extenuación de los educadores y las familias, pero mostró la diferencia de que ir a la escuela y tomar clase no son sinónimos», detalló el investigador.
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