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marzo 28, 2024
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Lo de Allá

Sharenting, una práctica cada vez más usual en redes sociales que expone la vida de bebés y niños

El hábito de documentar y compartir en redes sociales fotos, videos y datos sobre el crecimiento de los hijos se volvió tan popular que existe una forma de llamarla: «sharenting», una expresión en inglés que combina las palabras sharing (compartir) y parenting (crianza).

Por Marina Guerrier

 El sharenting es una práctica digital que se masificó y consiste en que los responsables de la crianza de un niño o niña compartan sus imágenes en redes sociales. Simplemente haciendo una búsqueda rápida en Instagram hay 21 millones de fotos y videos publicados con la etiqueta #bebé, y otros 9 millones con el hashtag #niño. 

Una seguidilla de fotografías producidas o casuales que capturan a un bebé minutos después de haber nacido; también a niños durmiendo, cumpliendo años, comiendo, cantando y bailando, o dándose un baño.

 El acceso generalizado a dispositivos de foto y video alimenta día a día ese archivo abierto a todos los usuarios de redes sociales, pero la magnitud del fenómeno es tal, que un área de la fotografía comenzó a profesionalizarse en el retrato de infancias. 

«En estos últimos 6 o 7 años fue el gran boom de la fotografía de niños en Argentina», explica a Télam Sayi Serra, fotógrafa infantil. 

En 2014, se realizó por primera vez en el país el Congreso de Fotografía Infantil «Smile«, un evento que reúne y capacita todos los años a fotógrafos latinoamericanos. 

«Mi fotografía nació con ese empujón inicial que me permitió crecer en un corto plazo», cuenta Sayi, que participó en ese evento y comenzó tomando fotos de sus sobrinas como un pasatiempo. Hoy tiene su propio emprendimiento, «Pequeño Mundo Fotografía», y retrata a chicos de entre 1 y 6 años junto a sus familias.

 «Siempre ofrecí fotografiar embarazos y en el último tiempo, también partos, me resulta interesante el ciclo de la maternidad hasta el primer año del bebé», agrega.

 Dentro de la fotografía infantil, hay una rama que se especializa en el registro de bebés recién nacidos. 

Ese estilo fotográfico surgió en Estados Unidos durante los ’90 y se denomina «new born» (recién nacidos, en castellano) porque se realiza durante los primeros 15 días de vida, cuando el bebé conserva naturalmente la posición fetal y alcanza un sueño profundo que permite fotografiarlo.

 Se trata de una disciplina que incorpora al set elementos como cestas, coronas, arcos y accesorios que recrean un escenario de «cuento de hadas». Son fotografías producidas y con mucho trabajo de post producción.

 Las fotos que resultan de esas sesiones pueden formar parte de un fotolibro y mantenerse en el círculo familiar, pero la mayoría de las veces circulan en redes sociales, en los perfiles de sus madres y padres, e incluso en el del fotógrafo que las tomó y muestra a través de ellas su trabajo. 

«Generalmente la persona que te pide las fotos, llega a vos por las redes sociales y sabe que es posible que le consultes si podés compartir las fotos de sus hijos en tu perfil de Instagram», explica Sayi, y aclara, «de todas maneras, yo hago una lectura previa de la familia, antes de la sesión miro sus perfiles de Facebook para ver cómo son, si publican fotos de los chicos, de la pareja, si son reservados con esas cosas».

 Las redes sociales se caracterizan por la inmediatez en la interacción, la masividad de su uso y la potencial viralidad de sus contenidos. 

«Pueden pensarse como una manera positiva de vincularse: muestro cosas positivas e inmediatamente recibo reacciones positivas, un ‘me gusta’ válida esa imagen que quiero transmitir», explica a Télam Mariel González, psicóloga de niños y adolescentes, y se pregunta «qué es más positivo que la imagen de un niño y su ingenuidad, su espontaneidad».

 Para González, «lo que habría que evaluar es qué impacto puede tener esa sobreexposición en el niño, en su etapa constitutiva». 

Desde la psicología, la constitución subjetiva del niño está atravesada por la mirada del otro, «ese otro son los padres como fundantes y constitutivos, pero qué pasa cuando además hay miles de miradas más atrás de la pantalla», dice la psicóloga. 

David Goldschmidt tiene dos hijos y esporádicamente utiliza las redes sociales, muchas menos son las veces que comparte fotos de sus hijos.

 «No comparto fotos de los chicos en situaciones privadas porque me resulta incómodo, de alguna manera el derecho de imagen es de ellos, que aparecen en las fotos, y aunque sea su padre, solamente administro sus derechos hasta que sean adultos», cuenta David en diálogo con Télam. 

Y hace una distinción, «una cosa es una foto grupal, durante un cumpleaños o reunión familiar, donde salen acompañados de más personas». 

Toda nuestra actividad en Internet deja un rastro, construye la identidad pública de una persona en un entorno digital. 

«La huella digital es la reputación de las personas en Internet, esta reputación es construida a partir de información que sube la persona pero también terceros vinculados a ella», explica a Télam Carlos Richieri, fiscal especializado en cibercrimen. 

La huella digital es un recurso disponible y ampliamente utilizado. «Cada vez que estamos en una investigación penal, pero también empresas que hacen búsquedas laborales, realizan averiguaciones muy profundas sobre la reputación digital de una persona», dice Richieri. 

«Una persona no tiene control pleno de su reputación digital, pero sí puede regular aquello que comparte uno o las personas de su entorno», señala el fiscal, quien agrega «cuando se trata de la información de los niños, sus padres son los que van construyendo esa huella, y lo que pueda provocar cuando el niño sea adulto, no lo sabemos, no lo conocemos». 

Derechos

Si bien los derechos de los chicos, muchas veces, son ejercidos por los padres o sus responsables legales, la Ley de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes Nº 26.061 contempla en su artículo 22 tanto la voluntad del niño como la de sus padres o responsables de crianza, cuando se trata de exhibir o divulgar datos privados o de su vida familiar. 

Esa perspectiva jurídica le da mayor protagonismo a los chicos porque establece que deben ser escuchados, incluso cuando su voz entre en conflicto con alguna decisión que tomen los padres.

 «En el caso de niños pequeños, posiblemente no tienen la capacidad de brindar ese consentimiento que se exige, pero no deja de ser reconocido como sujeto de derechos, con capacidad de hablar por sí mismo y tener la oportunidad de ser oído», indica el fiscal. 

Según Richieri, los padres deben tomar conciencia acerca de la irreversibilidad del contenido que se comparte en Internet. 

«Una foto que se publica en Internet es imposible de eliminar totalmente, alguien puede capturarla y utilizarla con fines distintos a los que tuvo cuando fue publicada», explica Richieri. Y detalla algunos ejemplos, «estas imágenes se pueden utilizar para acoso escolar entre los compañeros o para hacer cyberbullying (acoso a través de medios digitales); también por agresores sexuales o para hacer una sustitución de identidad». 

Pero, además, Richieri advierte que «el sharenting suministra información tan específica, como datos de ubicación, que podría facilitar delitos que se cometen fuera del entorno digital, ya sea abusos, secuestros o robos».

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