El actor Charles Laughton dirigió una única película y no le hizo falta ninguna más: Creó el más perverso cuento de hadas de la historia del cine.
Robert Mitchum lleva tatuada en su mano derecha la palabra “amor” en inglés; en la izquierda, “odio”. Y exhibe una mirada que atemoriza más que cientos de monstruos cinematográficos, convertido en la pura encarnación del mal. El impecable guión de James Agee se convierte en un asombroso álbum de terribles imágenes, alumbradas por una puesta en escena de aliento clásico.
«La noche del cazador» no fue la película que le daría a Charles Laughton la carrera como cineasta que, indudablemente, merecía. Fue un auténtico fracaso, apenas se estrenó en cines en Estados Unidos más que de forma limitada en las grandes ciudades. Laughton nunca volvió a dirigir y, a pesar de las posibilidades que pudo deparar su filmografía, tenemos que conformarnos con su majestuosa obra
Actor inglés, de gigantesca presencia escénica y oriunda figura, Laughton estuvo toda la vida casado con Elsa Lanchester, conocida por encarnar a ‘La novia de Frankenstein’. Solo tras su muerte ella diría que era gay y que se negó a tener hijos con él. Sin embargo, sus amigos han confesando que ese deseo de Laughton de convertirse en padre era muy errado: «Él odiaba a los niños»
«La noche del cazador» es un film infantil lleno de tinieblas. Es la historia de un asesino que odia a las mujeres y cree tener una relación personal con Dios. Antes de salir de la cárcel, se entera que hay un botín escondido dentro de una muñeca de trapo. Entonces, comienza la cacería a los infantes poseedores del juguete,
Laughton, que había trabajado con los grandes del cine europeo como Jean Renoir, Ernst Lubitsch o Alfred Hitcock (con el que se llevaba bastante mal) convirtió el relato en lo más cercano que ha estado el cine americano del Expresionismo Alemán.
Tal vez no haya una obra tan oscura y tan luminosa como la dirigió Charles Laughton. Estrenó una película en una época de historia que no estaban preparados para semejante obra maestra. Sin embargo, como pasa siempre, el tiempo le dio la razón.