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abril 23, 2024
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Arquitectura a partir de organismos vivos y residuos orgánicos

La marplatense Juliana Lareu es la impulsora de Superpraxis, un estudio de arquitectura independiente dedicado al desarrollo de biomateriales a partir de micelios de hongos y bagazo. Desde esta iniciativa emplazaron un refugio fúngico al pie del cerro Catedral, en Bariloche. 

Por Agustín Casa

Superpraxis es un estudio de arquitectura y diseño dedicado al desarrollo de biomateriales que apunta a que en el futuro esos materiales puedan ser usados en la arquitectura. Se trata de una iniciativa independiente, surgida en Mar del Plata en 2020, impulsada por la arquitecta Juliana Lareu

¿Qué particularidad tienen esos biomateriales? Están producidos a partir de micelios de hongos y bagazo, un subproducto de la producción de cerveza artesanal.

El equipo del proyecto observó que en países como Alemania, Holanda y Estados Unidos estaba más desarrollada la temática, pero en Argentina, y la región en general, había pocos grupos dedicados al estudio y desarrollo de biomateriales en alianza con micelios de hongos.

“Decidimos empezar a investigar sobre todo por la idea de conjugar arquitectura, ciencia, naturaleza y diseño, que es un poco lo que nos moviliza, y también la búsqueda de traccionar hacia el uso de materiales más sostenibles en términos ambientales y sociales, como respuesta a la crisis climática que atravesamos”, cuenta a Bacap Juliana Lareu, arquitecta, docente de Diseño Arquitectónico en la carrera de Arquitectura de la Universidad Nacional de Mar del Plata e impulsora de Superpraxis.

Si bien desde Superpraxis empezaron a trabajar de manera independiente, autodidacta y de forma experimental –por fuera de cualquier institución académica–, en la actualidad han iniciado un proyecto con investigadores del Instituto de Tecnología en Polímeros y Nanotecnología (UBA-CONICET), con quienes ya comenzaron a realizar algunos ensayos. A su vez, tienen una alianza con ClonAr, un laboratorio de desarrollos biotecnológicos, que les provee el inóculo del micelio con el que trabajan para la composición del biomaterial.

“Es un proyecto que, de alguna forma, busca reunir actores de diferentes disciplinas. Estamos vinculándonos con una institución para poder darle un marco más formal, poder llevar adelante todo lo que tiene que ver con ensayos, y para empezar a tener datos más precisos y certificados sobre las distintas características del material y las respuestas en términos acústicos y térmicos. Y también sobre sus características y su respuesta a los esfuerzos mecánicos de compresión, de tracción, etc.”, detalla Lareu.

Ladrillos a partir de organismos vivos y residuos orgánicos

Lareu y su equipo trabajan en el desarrollo de biomateriales a partir del uso de micelios, que son conocidos como las raíces de los hongos, e incorporan bagazo (granos de cebada), un subproducto de la producción de cerveza artesanal, una actividad en auge en Mar del Plata.

Arquitectura a partir de organismos vivos y residuos orgánicos
Santiago Mancino y Valentín Mora

Como explica Lareu, el bagazo “le sirve de alimento al micelio, y le permite a su vez expandir sus hifas, su red y aglomerar todas las partículas de este desecho, lo cual le da la estructura final resistente”. 

De esta manera, con la reutilización del bagazo para la producción de ladrillos, se plantea un esquema circular, en el cual un subproducto de la industria cervecera es empleado para otra actividad.

Durante los primeros ensayos que realizaron de manera independiente, probaron el proceso con micelios de hongos de distintas especies, como gírgolas (Pleurotus ostreatus) y de reishi (Ganoderma lucidum).

Un refugio fúngico en Bariloche

El equipo de Superpraxis utilizó micelios de la especie Ganoderma lucidum para la producción de biomateriales, ladrillos en este caso, que fueron usados para la construcción de un refugio fúngico (una bioinstalación), en el marco de un proyecto experimental de investigación y desarrollo de biomateriales. Esta arquitectura efímera fue emplazada en 2021 al pie del cerro Catedral, en Bariloche.

Esta bioinstalación mide 3,20 metros de altura, tiene una morfología cónica y posee una cúpula de 1,20 metros de diámetro. Está compuesta por 300 ladrillos de 10 cm x 10 cm x 20 cm. Estos ladrillos fueron biofabricados de manera artesanal en jornadas colaborativas en las que participaron estudiantes de la carrera de Arquitectura de la UNMdP. 

“Tuvimos una respuesta fantástica en términos de tiempos de crecimiento y también en cuanto a resistencia a las condiciones climáticas de Bariloche. Estuvo sometido a nieve y a lluvia”, relata la arquitecta.

Asimismo, Lareu destaca: “Es un material que, por su porosidad, es muy bueno y tiene muy buenas respuestas como aislante térmico y acústico. Es muy liviano. Cada ladrillo pesa 250 gramos. Tiene un peso muy ligero pero, a su vez, tiene la capacidad de soportar más de 400 kilos. Y también tiene la particularidad de ser ignífugo”.

Arquitectura a partir de organismos vivos y residuos orgánicos
Santiago Mancino y Valentín Mora

Encuentro entre la ciencia, la naturaleza y el arte

El refugio fúngico fue trasladado este año a Buenos Aires. Desde abril se encuentra exhibido en el Centro Cultural Recoleta y se podrá visitar hasta vacaciones de invierno, en el marco de la Bienal de Arte Joven. También presentaron la iniciativa en el Centro Cultural de la Ciencia (C3), donde Lareu dio una charla divulgativa en marzo.

“Las dos experiencias fueron fantásticas. Poder compartirlo con las personas que se acercaron fue una experiencia muy buena, muy enriquecedora. Hubo una muy buena respuesta por parte del público. Mucho interés, mucha curiosidad, preguntas que surgían y que también nos sirven a nosotros para seguir trabajando e investigando”, comenta.  

Lareu remarca que la instalación efímera todavía está “en pie e intacta” y que están testeando “cuánto tiempo tarda en degradarse”.

“La idea es que el refugio pueda ser una instalación itinerante, que vaya viajando y recorriendo distintos lugares del país con el fin de acercar a la comunidad estas nuevas tecnologías, darlas a conocer y visibilizarlas. Un poco como prototipo experimental, para ver cuánto tiempo tarda en degradarse y cómo responde a las distintas condiciones climáticas, y también como una especie de dispositivo didáctico”, adelanta.

Miradas al futuro

Si bien en la actualidad estos biomateriales desarrollados por el equipo de Superpraxis están pensados para ser utilizados en arquitectura efímera, sea equipamientos o instalaciones, también apuntan a que puedan tener usos en otro tipo de construcciones.

En términos de investigación estamos ensayando cuánto tiempo tarda en degradarse, para ver si es factible utilizarlo en construcciones más duraderas o en qué tipo de sistemas. Por ejemplo, cuando entra en contacto con la humedad, empieza a degradarse, pero si se controla esa humedad, por ejemplo con un muro compuesto que pueda servir como aislante térmico interior con alguna placa de revestimiento exterior y otra interior, tranquilamente podría funcionar muy bien. Y probablemente tarde muchísimos años en degradarse”, sostiene la arquitecta.

Sobre las metas a futuro del proyecto, Lareu señala: “Apuntamos a que el material pueda llegar a reemplazar a otros materiales de la construcción contemporáneos. Sería una de nuestras búsquedas. Sabemos que todavía hay un largo camino por delante para llegar a eso. Por eso, lo principal es investigar, poder hacer esos ensayos para poder evaluar sus características y también para buscar los distintos tipos de sustratos y de cepas de hongos que tienen mejor respuesta a determinadas cualidades o búsquedas que se tengan”. 

“El objetivo principal ahora es la investigación y la visibilización a través del proyecto del refugio fúngico y otros proyectos nuevos en los que trabajamos. Después de eso, será pensar en algún tipo de modelo de producción para el futuro, para realmente poder mitigar de alguna forma toda la contaminación que genera la industria de la producción de materiales para la construcción contemporánea”, agrega.

Arte y nuevas tecnologías

En paralelo, desde Superpraxis trabajan con el productor musical Rodrigo Tamay, quien hace música con organismos vivos, en este caso con hongos.

“La biosonificación se trata de captar la actividad del organismo vivo con electrodos, traducir esa biodata a través de una consola en sonidos, en música, en expresiones sonoras. Es como otra forma de acercarnos también al material y entender que está realmente vivo”, indica la arquitecta. 

Además, se sumó al equipo la programadora María Florencia De Juan Bakker para incorporar el uso de inteligencia artificial en el proyecto. “Estamos trabajando en la captación de las vibraciones del micelio, a través de las tecnologías digitales, para poder evaluar en qué momentos hay mayor actividad, en qué momentos menos y, de esa manera, también poder pensar en un proceso de producción más eficiente”, concluye Lareu.




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