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abril 20, 2024
Lo de Allá

Mayorías sociales vs minorías intensas

Por Carlos Fara (*)

Especial para Bacap

Las sociedades contemporáneas son las más fragmentadas y heterogéneas de la historia. Esto significa que tienen menos denominadores comunes que las de hace 30 ó 40 años atrás. Al existir menos puntos en común, cada segmento social se va encapsulando en su propio sistema de valores, sus propias pautas de consumo y sus referencias respecto a los símbolos políticos.

 Esto es producto de un progresivo proceso de cambios en el sistema productivo. Cada vez hay más puestos de trabajo individuales, gente que entra y sale del mercado laboral, modificaciones permanentes en su inserción social, etc. Dicho proceso entró en aceleración a partir de internet (27 años atrás) primero, y de las redes sociales después. Estamos en la era del microtargeting y la hipersegmentación: la comunicación de todo tipo se orienta cada vez más grupos más pequeños dentro del universo social. 

La fragmentación encapsulada lleva a mayores niveles de intolerancia con los ajenos. Como apunta el sociólogo Manuel Castells, “nos relacionamos con los medios para confirmarnos más que para informarnos”. Por eso, cada uno vive en su propia realidad virtual y cree que el resto del mundo piensa igual a él o ella. Como ya sabemos, los algoritmos de las plataformas tienden a mostrarnos a los más semejantes, alejándonos de los diferentes. 

En ese marco de mayor intolerancia florecen fenómenos violentos. En algunos países los vemos con mayor frecuencia, como las matanzas masivas en EE.UU. Cada país tiene su propio nivel de violencia y rechazo a la diversidad. En lugares como Canadá eso es más extraño. La homogeneidad calma, mientras que la heterogeneidad complejiza las relaciones sociales.

 En búsqueda de la comprensión

Toda esta introducción del contexto global contemporánea nos sirve para comprender por qué se ha instalado con fuerza “la grieta” en la política. Sin embargo, ese fenómeno no permea hacia la sociedad con la misma fuerza. Al igual que sucede en muchos países, la fractura se nota más por la actividad militante de minorías intensas, que hacen parecer que toda la sociedad está a punto de iniciar un incendio. 

En la realidad que nos arrojan los estudios de opinión pública, vemos que la sociedad registra el mayor rechazo a la grieta desde 2015 para acá. La mayoría cree que aquella es un negocio de la política para dividir a la gente, quien no se siente tan dividida como se expresa la superestructura, incluyendo en ella a algunos medios de comunicación. Sin embargo, el resultado cotidiano es más complejo. Estamos en una sociedad claramente irritada, desahuciada, pesimista, angustiada, que con la sumatoria de la pandemia y la crisis económica no tiene energías muchas veces para reaccionar. 

Desde el atentado a la Vicepresidenta del jueves 1 de septiembre a la noche se viene hablando sobre la incidencia de un clima de violencia verbal en la política que podría explicar la actitud del atacante. Si bien falta mucho por conocer de la investigación para saber exactamente qué provocó el ataque (todavía no se conoce si fue un “lobo solitario”, o formó parte de un esquema), sin duda que los contextos influyen sobre los comportamientos personales, aunque no eximen de las responsabilidades individuales. Nada justifica una actitud de ese tipo. 

Muchos estudiosos de los fenómenos electorales coinciden en que de todas las motivaciones que puede tener un ciudadano para definir su voto, la más poderosa es el miedo. Por lo tanto, vemos habitualmente muchas más campañas orientadas al rechazo del otro, que a ser propositivas. Los mensajes negativos se registran mucho más en el cerebro que los positivos. La derivación natural es que muchas elecciones en el mundo contemporáneo se definen por el voto al “menos malo”, que a algo que realmente guste.

Tendencia global

 La Argentina, con su larga historia de desencuentros, no iba a quedar fuera de la tendencia global. Tanto profesionalismo comunicacional y tecnologías de la información son puestas habitualmente al servicio de la generación del odio, desde los diversos bandos. Además, al dejar de predominar las ideologías en el debate público, la política se ha vuelto más tribal, con todo lo que eso implica.

 La construcción del odio a lo diferente genera identidades por antítesis. Si se analiza la autodefinición de muchos ciudadanos en Twitter –la red social donde se expresa la mayor radicalización- se verá que existe mucho “anti… algo”. Las antítesis ordenan el propio posicionamiento. 

Pero claro, todo tiene su límite. Decíamos más arriba que cada sociedad tiene su propio parámetro de violencia simbólica y física. La radicalización de un bando alimenta al contrario, jugando los halcones en espejo, logrando que la misma sea un buen “negocio” para ambos. Dicho esto, toda acción tiene su reacción: ¿qué pasa si la mayoría se hastía de tanto nivel irascibilidad? ¿seguiría expresándose a través de dos coaliciones o surgiría una tercera opción moderada, alejada de los polos? Y además ¿qué pasa si la discusión en una de las dos coaliciones la gana un moderado? ¿cuál sería el juego resultante?

 Pues, la dinámica del odio puede ser fructífera o no dependiendo del tamaño de la crisis contextual –por ejemplo, la económica- como del grado de tolerancia de la sociedad. En 1983 la mayoría optó por la vía que se percibió más cercana a la democracia, la paz y las instituciones. En 2020 en EE.UU. triunfó el candidato de la moderación. El domingo 4 de septiembre en Chile la sociedad rechazó un proyecto de constitución que implicaba cambios demasiado radicales. En los tres casos, la ciudadanía se volcó ampliamente a las urnas para licuar a las minorías intensas.

Para concluir: el odio ha crecido por factores estructurales que no se modificarán fácilmente. Sin embargo, la profundización del discurso del odio –provenga de donde provenga- puede tocar su límite en una mayoría social que no quiere la grieta.  

(*) Presidente de Carlos Fara & Asociados desde 1991. Lleva más de 30 años dedicados a la consultoría política. Se especializa en Opinión Pública, Campañas Electorales y Comunicación de Gobierno. Ha recibido varios premios: entre ellos, el Premio Aristóteles a la Excelencia 2010 en el Dream Team del año, que se compone por los diez mejores consultores a nivel mundial en materia de campañas políticas. Ha participado en más de 160 campañas electorales en Argentina y Latinoamérica.

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