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marzo 6, 2025
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Alexandra Kohan: “Cuando hay confianza y un código compartido, el humor fluye y se convierte en un puente”

La psicoanalista Alexandra Kohan fue la última autora de Verano Planeta 2025 en el Hotel Costa Galana, donde también recibió una distinción del Honorable Concejo Deliberante (HCD). 

«El sentido del humor» esconde en su título un doble juego de palabras que se repetirá a lo largo del nuevo libro de Alexandra Kohan: un pivoteo entre lo estrictamente literal y una reflexión que se revela en una segunda lectura.

Escrito a modo de apuntes sobre un tema que investiga desde hace muchos años, Kohan se detiene, analiza, reflexiona y recuerda cuando encuentra algún elemento relacionado con el humor. Estos pueden ir desde un chiste que contaba su padre (primer disparador del libro) hasta las bromas no traducidas de Freud, preservadas para mantener la solemnidad del gran psicólogo austríaco.

En diálogo con Bacap, la autora se explaya sobre estos y otros conceptos que recopiló en El sentido del humor, título que marcó el cierre del ciclo Verano Planeta y que también la reunió con Mar del Plata, la ciudad que la vio nacer.

Cuando empecé a leer el libro, lo primero que me vino a la memoria fue El nombre de la rosa, que luego aparece mencionado.

Sí, es un buen síntoma que, al empezar a leer, surja esa asociación y que luego el libro efectivamente llegue ahí, o no. Parece que uno va pensando en la dirección correcta, que está en sintonía.

Claro, exacto. Pensaba en por qué se da esta relación y cómo el humor termina funcionando como una especie de regidor moral de la época. Quería preguntarte sobre eso: ¿cómo ves hoy el humor en ese rol, en un contexto donde, por ejemplo, la crueldad parece estar de moda?

Mirá, creo que el humor depende mucho de la posición desde la que se ejerce. No es lo mismo el humor del jefe que el del empleado, ni el del presidente—que, para mí, ni siquiera es humor—que el de los ciudadanos. Siempre es un aliado frente a la crueldad, el horror o la tragedia; es una forma de resistir para que todo eso no nos abrume tanto.

Tenemos miles de ejemplos en este país, y todos los días aparece uno nuevo. En los momentos de mayor dolor por lo que está pasando, uno entra a Twitter, ve la ocurrencia de la gente y se alivia un poco. O cuando vamos a una marcha, y a pesar de que el motivo sea tremendo, estamos juntos, alegres. Esos momentos nos dan alivio, nos permiten estar con otros y resistir un poco para que todo no nos golpee de lleno.

Así como antes abordaste el amor, ¿creés que escribir sobre el humor puede ser una forma de responder a épocas de oscuridad?

Sí, los libros se me ocurren en determinados momentos, así son. Sin dudas, tiene que ver con la época. Son temas en los que vengo trabajando hace muchos años, y el humor es uno de ellos. Sin embargo, nunca antes había pensado en escribir un libro sobre el tema. Se me ocurrió en un momento particular, y creo que ese momento ya era oscuro. No hablo de este 2025, porque el libro lo empecé a concebir antes, no mucho antes, pero algunos años atrás, cuando ya se percibía cierta oscuridad.

Podríamos situarlo en el post-pandemia, con el crecimiento de ciertos discursos, el envalentonamiento del odio y una violencia cada vez más pública. Me pareció que sí, que el humor en ese contexto merecía ser pensado. Y la pregunta que siempre me hago es esa: ¿dónde está el humor en todo esto? ¿Cómo funciona en tiempos de oscuridad?

Decís que lo escribiste ahora, pero que se gestó antes. ¿En qué lapso de tiempo trabajaste en él? Porque, además de la documentación, la estructura fragmentaria, con apuntes o capítulos cortos, da la sensación de que lo fuiste anotando a lo largo del tiempo. ¿Cómo fue el proceso de creación?

Sí. Mirá, los tres libros que publiqué hasta ahora salieron con dos años de diferencia entre sí, pero siempre los empiezo a gestar antes. A propósito, elegí esta forma fragmentaria que mencionás, y está bien tu lectura de que parecen notas que fui tomando. No es que sean notas, sino fragmentos de cosas muy diversas. Me interesaba que un libro sobre el humor no fuera un texto denso o pesado. No es que los otros lo sean—creo que no—pero tienen una estructura más tradicional, con capítulos que siguen un hilo lineal.

 

Este libro, en cambio, se puede leer de cualquier manera. Podés abrirlo en cualquier página y cada fragmento funciona por sí mismo. Busqué darle la forma del humor, porque el humor es fragmentario, esporádico, aparece y desaparece. No sigue una continuidad, sino que la interrumpe. Por eso pensé en esta estructura.

El tema lo vengo investigando desde hace muchos años, y hasta yo misma me sorprendí cuando un día decidí escribir sobre él. En general, escribir un libro me lleva entre un año y medio y dos años.

«El poder necesita la solemnidad para ejercerse.»

Por lo que comentás y por el contenido del libro, el humor parece funcionar como un gran tratado contra la solemnidad. También en la forma, al evitar una estructura rígida de capítulos numerados. ¿Por qué apuntás contra esa forma solemne de comunicación?

Sí, aunque habría que distinguir la solemnidad de la seriedad. Cuando critico la solemnidad, no estoy criticando la seriedad. En este momento, por ejemplo, estoy siendo seria en nuestra conversación, pero no solemne.

Me parece que la solemnidad, muchas veces, es un acartonamiento engañoso. Cuanto más solemne es alguien, más difícil puede ser descifrarlo, porque la solemnidad ensancha artificialmente algo, lo agranda, y en ese gesto puede volverse tramposa. No siempre, claro, estamos generalizando. Pero no me gustan las posiciones solemnes, como los profesores solemnes. Creo que la transmisión del conocimiento es mucho más efectiva cuando no es solemne, cuando no hay una bajada de línea rígida.

Eso no significa que haya que diluir las diferencias jerárquicas. El profesor es el profesor, el estudiante es el estudiante, y está bien que cada uno sepa el lugar que ocupa. Pero la solemnidad, entendida como esa rigidez de ciertos padres educadores, por ejemplo, en general no resulta efectiva.03

Hay una cita de Anne Dufourmantelle que incluyo en el libro: «El poder necesita la solemnidad para ejercerse.» A eso me refiero con esas posiciones engañosas. Una persona demasiado solemne está ejerciendo poder, aunque intente que eso pase desapercibido, ocultándolo detrás de la solemnidad.

Una de las tesis que planteás en el libro es cómo el humor funciona como un transmisor de valores dentro del núcleo familiar.

Sí, sin dudas. La transmisión a través del humor rompe un poco con esa estructura tradicional de la familia, donde el padre explica, baja línea, da lecciones. Para mí, la educación es mucho más efectiva cuando no se basa en el aleccionamiento.

Tengo un hijo y a veces me pregunto: «¿Cómo es que salió una buena persona?» Porque realmente lo es, muy buena persona. Pero no es que un día me senté a decirle: «Mirá, en la vida es importante no mentir.» Esas cosas se transmiten de otra manera, de un modo más sutil. Y, al revés, hay casos en los que padres impecables tienen hijos que resultan un desastre. Es insondable.

Sí creo que el aleccionamiento, en cualquier ámbito de la vida, termina siendo poco efectivo. Esa postura rígida, la clásica «levantada de dedo», tiene más que ver con la solemnidad y el ejercicio del poder del que hablábamos antes.

En lo familiar, tuve la suerte de tener padres que me pusieron muchos límites. No se trata de decir «que viva la Pepa» y que todo dé igual. Al contrario, los límites deben estar clarísimos, porque brindan seguridad y alivio a los niños. Pero hay distintas formas de poner esos límites.

En el libro planteo que el humor puede hacer que ambas partes bajen la guardia, y eso facilita el diálogo y la comprensión. Como vos decís, el humor desarma. Creo que es Bertolt Brecht quien dice: «Nada desarma tanto como la risa.» Y desarma no solo el cuerpo, sino también las tensiones, las armas simbólicas que usamos en la guerra cotidiana con los demás.

En este juego de palabras que también aparece en el título del libro, abordás cuestiones idiomáticas que suelen ser difíciles de transmitir. Sin embargo, lo lográs. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo decidiste qué juegos de palabras conservar y cuáles descartar?

Es una gran pregunta, porque el humor funciona cuando la lengua es compartida. Si no hay un idioma en común, hay muchas cosas que resultan intraducibles, aunque en su lengua original sean muy graciosas, ya sea por el sonido de las palabras o por su significado.

Por ejemplo, el libro de Freud está lleno de chistes que, al leerlos traducidos, uno piensa: «¿Esto es un chiste?». Y, sin embargo, otros sí pueden trasladarse a otro idioma sin perder su efecto.

Pero no se trata solo de la lengua, sino del código compartido. No es lo mismo el humor argentino que el inglés, el español o el polaco. Incluso con el humor español, a pesar de compartir el idioma, muchas veces no compartimos el código cultural. Y sin ese código común, el humor pierde fuerza.

Ayer, sin ir más lejos, venía caminando y escuché una conversación entre una pareja: ella era francesa y él, argentino. Hablaban en español, y en un momento él le dice: «Quién te quita lo bailado.» Ella se quedó confundida y preguntó qué significaba. Yo me di vuelta y le dije: «La tenés difícil.» Porque claro, él podría traducirle palabra por palabra al francés, pero el efecto sería otro. Seguramente en francés exista una expresión equivalente, pero no es lo mismo.

Con el humor pasa exactamente igual: primero, hay que compartir un idioma, pero también un código cultural. Podés hablar la misma lengua que alguien y aun así no compartir su humor. Los estudios sobre el tema coinciden en esto: sin un código común, no hay risa posible.

Y esto no solo aplica a los idiomas o las culturas, sino también a las relaciones personales. Si dos personas no se conocen y una hace un chiste, el otro puede interpretarlo como desubicado. En cambio, cuando hay confianza y un código compartido, el humor fluye y se convierte en un puente.

Otra de las sorpresas agradables del libro fue encontrarme con Maradona. Siempre pensé que el humor argentino tiene dos grandes referentes que no son necesariamente cómicos: Borges y Maradona. Y creo que se relaciona con lo que venimos hablando, porque ambos, a pesar de ser figuras enormes, cuando hacían humor se bajaban al llano.

Diste un gran ejemplo. No trabajé en profundidad el humor de Borges porque requería una lectura más extensa y no llegaba con el tiempo, pero sin dudas hay libros sobre el tema. Borges es un autor con muchísimo sentido del humor y representa perfectamente lo que decíamos antes.

Mucha gente lo veía como una figura solemne, lo mencionaban con admiración casi reverencial: «Jorge Luis Borges, el escritor.» Y sin embargo, él no paraba de hacer chistes, no se tomaba en serio su propio personaje. No iba por la vida diciendo: «Aquí estoy yo, Borges, el mejor escritor argentino del siglo XX.» Del mismo modo, Maradona no se creía Maradona.

Son dos ejemplos perfectos de personas absolutamente dueñas de un sentido del humor ligado al lenguaje. Maradona era un genio de la ocurrencia, y Borges también. Si lees sus entrevistas, te vas a divertir muchísimo. Sus libros están llenos de ironía, pero en las entrevistas su humor es aún más evidente. Hay compilaciones de entrevistas a Borges, pero en cualquier conversación que encuentres, vas a notar lo cómico que era.

Sus respuestas podrían compararse con las anécdotas que conocemos de Maradona. Por ejemplo, una vez Borges se cruzó con Pappo, yél le dijo: «Yo soy cantante de protesta.» A lo que Borges respondió: «Ah, mire usted, yo en cambio no protesto nunca por nada.» Esa rapidez mental, esa ironía, es desopilante.

Lo interesante es que, a pesar de ser un autor que jugaba con el lenguaje y desafiaba la solemnidad, muchos lo tratan con una gravedad excesiva. Paradójicamente, quienes son solemnes con Borges suelen ser los que no lo han leído. Porque cuando realmente te ponés a leerlo, o a escucharlo, te das cuenta de ese filo irónico y de su sentido del humor.

Es lo mismo que pasaba con Maradona. Eran dos genios en sus respectivos ámbitos, pero con los pies en la tierra. No se creían la figura que el mundo proyectaba sobre ellos. Y en eso radica parte de su grandeza y de su conexión con el humor.

Por último te quiero preguntar sobre el reconocimiento que te va a otorgar el Concejo de Mar del Plata, y también sobre el texto que escribiste recientemente sobre el edificio en el que naciste, que está justo al lado. ¿Cómo te sentís con este reconocimiento? ¿Te sentís realmente parte de Mar del Plata o no lo ves de esa manera?

Estoy absolutamente conmovida, pero de verdad. No sabía que me iba a salir algo así, y la verdad es que escribir ese texto me conmovió a mí misma. Me trajo una cantidad de recuerdos y me hizo pensar en mi relación con Mar del Plata, algo que no reflexiono habitualmente, simplemente siento. Cuando decís «Mar del Plata», pienso: «Ay, soy marplatense.» Pero hacer el ejercicio de escribir un texto que explique mi relación con la ciudad fue algo muy especial. De hecho, no sé si no terminé llorando mientras lo escribía, porque fue muy emotivo.

Por supuesto que el reconocimiento también me emociona. No puedo creerlo, en el mejor sentido. Me encanta ser marplatense, con esa identidad tan intermitente, como menciono en el texto (o itinerante, no recuerdo bien). Nací aquí, durante las vacaciones de verano, pero nunca viví en la ciudad de manera permanente. Sin embargo, venía todos los veranos durante mi infancia. Así que sí, estoy realmente conmovida y muy contenta, muy contenta.

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