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junio 7, 2025
Vemos y Leemos

Ocultos, a la vista de todos: reseña de “Los anticuarios” de Pablo de Santis

Por Alberto Di Francisco

Dos cuestiones de una necesaria introducción

Para comenzar la nota, y a pesar de mi gran afición por la fantasía, diré que el género vampírico nunca despertó en mí mucho interés. Los tiempos modernos, con sus hematófagos light -tanto los del cine como los de la literatura- han hecho recrudecer en mí ese sentimiento, llevándolo a cierto rechazo. Para liberarme de ello, pensé en escribirlo.

(porque -hay que decirlo- escribir es tanto un exorcismo, como también una manera de entender el mundo; en el acto de la escritura, muchas veces hay una liberación, sí, pero también un  entendimiento, un reconocimiento; la palabra hace que la confusión del mundo me sea más permeable. La palabra, por lo general, funciona como un prisma a través del cual se puede ver más nítido).

Pablo De Santis

La otra cuestión es que, en mi humilde opinión, un libro que he leído puede merecer tres opiniones, o clasificaciones generales; este reduccionismo -injusto, la mayor de las veces- creo reconocer que me nace ante la abrumadora producción y diversidad editorial que vivimos en nuestros tiempos. Así, en mis tres conceptos capitales hay: .Libros buenos (o muy buenos, o excelentes, u obras maestras, como guste) cuya lectura siempre nos aporta algún aspecto positivo, ya sea porque deslumbran, porque divierten, porque enseñan, otorgan otra mirada, porque conmueven, etc.

Libros mediocres, que son aquellos cuya lectura pasa sin modificarnos mucho con su paso; aquellos que, sin ser obras aborrecibles, pecan de intrascendentes. Algunos decepcionan por su final, otros por lo tedioso de su lectura, el ilegible, el que parte de una buena idea pero la misma está mal desarrollada, aquel que mucho promete y al fin no profundiza, o el que pasa como pasa cualquier lectura de una revista.

Y en la tercera categoría están aquellos libros que cuando uno dobla la última página, se da cuenta de que ahí estaba -de algún modo, por alguna característica- nuestra propia voz; esos libros con que uno se siente movilizado internamente, porque acaso hemos vibrado al unísono con la pasión que movió al escritor. Esos libros que, al cerrarlos, suelo decir para mis adentros: «éste libro me hubiese gustado escribirlo yo». En esta última categoría, ubico a “Los anticuarios”.

La mano tras la pluma

Pablo De Santis es el autor de dicha obra. Nacido el 27 de febrero de 1963, en Buenos Aires, De Santis cursa la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras en la universidad de esa misma ciudad. Tras finalizar sus estudios, se desempeña primero como periodista y luego como guionista de historietas. Es en dicho género, justamente, cuando allá por 1984 la revista Fierro le otorga el Primer Premio al guion de historieta, al cual se le suma la salida de su primer novela -“El palacio de la noche” (1987)-, dos acontecimientos que, en cierto modo, inician un extenso y poblado camino literario del
bonaerense, cuyos pasos irán desde el guion de historieta, pasando por la literatura juvenil, y finalmente hacia una literatura más para adultos; maduración artística a la cual llega, pero sin perder nunca la esencia de sus inicios.

De Santis es un escritor prolífico, reconocido y multipremiado, galardones de los que cabe destacar -además del mencionado de 1984- el premio por la Asociación del Libro Infantil y Juvenil de la Argentina por su obra “El último espía”, el premio “Konex” de platino (2004), o los Premio Planeta (2007) y Premio de la Academia Argentina de Letras (2008), ambos estos dos por su excelente novela “El enigma de París”.

La obra

Con “Los anticuarios” (2010) Pablo De Santis incursiona en el mundo vampírico; aquí, el escritor sabe darle, gracias a su preparación, su trabajo y su formidable pluma, un muy buen giro al género. Esta buena característica resalta aún más en los tiempos modernos, donde -como se dijo en la introducción- muchos de los vampiros que nos presentan desde la literatura y/o del cine, pecan bastante por laxos, con protagonismos desvirtuados, o enfrascados en tibias y pueriles problemáticas, antes que representar cuestiones más trascendentales, existenciales, o psicológicas. La reconocida saga “Twilight” es un claro ejemplo de lo mencionado, aunque lamentablemente no es el único.

Desde la primera página de “Los anticuarios” uno ya se da cuenta, o presiente, que hay una buena historia detrás; además, la clara prosa del autor hace a una lectura fluida de la misma, de modo que enseguida nos toma de la mano y a poco ya nos sumerge en la trama.

Fiel al estilo que lo caracteriza, siempre con un pie en lo periodístico y otro en lo detectivesco, De Santis nos abre las puertas a una aventura que sucede en un ambiente que le es propicio y caro a su sentimiento, como es la redacción de un diario. La historia gira en torno del joven Santiago Lebrón, quien deja atrás su pueblo natal y se muda a la ciudad -a la política y socialmente tumultuosa Buenos Aires de los años 50, con la “Revolución Libertadora a la cabeza- en busca de una nueva vida, principalmente a través de su tío, que vive allí y que es quien en un primer momento le ofrecerá trabajar con él, enseñándole el oficio de reparar las máquinas de escribir -tan propias de la época-. Las circunstancias posteriores harán que Lebrón pase de trabajar con su tío, a ocuparse de reparar las máquinas de un diario local.

Pero la sorpresiva muerte de uno de los periodistas del mismo hará que el joven tome el lugar vacante en un sector ligado a las noticias del mundo de lo oculto y de lo paranormal. Allí, entonces, entre crucigramas, horóscopos y crónicas de hechos inquietantes, entre el fragor del primer trabajo y el
despertar del amor, el protagonista da con los anticuarios, un grupo de vampiros que
viven ocultos a la vista de todos.

El converso

A estos anticuarios los identifica, además de su obvia condición vampírica, una obsesión por los libros viejos y las antigüedades, acertada característica que aquí es la que les da el nombre. Huyen de la luz del sol, que los atormenta y lastima; viven tranquilos y serenos, refugiados en el plácido ambiente de sus casas de antigüedades, dominadas por la soledad, el silencio y la penumbra. Los anticuarios conforman así una especie de comunidad, un grupo minoritario de vampiros que viven insertos en la sociedad, gracias a que han logrado dar con un elixir -de factoría artificial- que satisface su necesidad de consumo de sangre y aplaca el frenesí violento al cual los lleva su falta. Pero no todo es tranquilidad para la melancólica vida de estos seres, aferrados al amor por las cosas de otros tiempos, a falta de poder hacerlo en el amor convencional; su anonimato y su seguridad se ven amenazados por una sociedad secreta que sabe de su existencia, y busca dar con su paradero para exterminarlos.

Lebrón llega a ellos por la doble vía que De Santis sabe darle, por un lado, la de su empleo periodístico en el segmento dedicado al mundo oculto, y por el otro, de forma paralela, cuando el joven se inicia en el amor al conocer a la hija de Calisser, quien en la historia es presentado como uno de los más prestigiosos de los anticuarios. El amor por la chica hará que el joven cobre un coraje inusitado, hasta ciego, para seguirla, aún cuando ello implique meterse de lleno en el lóbrego y particular mundo de estos seres.

Tras un accidente, el protagonista salva su vida, pero a condición del vampirismo, con lo cual comienza su andadura en ese inframundo, de la mano de aquél hermético grupo de libreros de su misma condición, quienes han aprendido a aplacar su roja sed, y viven refugiados tras sus torres de viejos libros, ante la amenaza de un especie de Van Helsing vernáculo, aquí encarnado en la figura de un tal Dr. Balacco.

La maestría del autor reside en saber darle a un tema tan antiguo y manoseado, una inteligente y, sobre todo, original vuelta de tuerca a través de una historia de amor con mucho de intriga y de frenesí detectivesco, con personajes muy bien definidos, en un escenario de librerías de libros antiguos, en una Buenos Aires revuelta, en un enclave histórico muy bien logrado a través del detalle.

Por esto, “Los anticuarios” es una novela negra digna de leerse, sin lugar a duda, y porque además toca (en mi opinión) un ápice literario mucho mayor que el logrado con “El enigma de París”; es una novela de ejecución formidable, con todos los condimentos para ser considerada una de las grandes obras de ficción de la literatura moderna argentina. Principalmente, porque nos trae el recuerdo y el ejemplo de por qué es placentero leer.

Cierre

Tal como anticipé en el principio de la reseña, hace un tiempo me dije que quería escribir algo sobre vampirismo, tanto por la opinión personal que tengo del género, como por algunas ideas que me rondan hace rato. El feliz hallazgo de “Los anticuarios”, el haber cerrado su última página diciéndome “éste libro me hubiese gustado escribirlo yo”, ha pospuesto ese vanidoso proyecto. El libro que en algún momento vislumbré en mi imaginación, puede que ya esté -magistralmente- escrito, y entonces mi tarea quizá se reduzca, apenas, a escribir esta humilde nota.

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