La psicóloga, sexóloga y comunicadora Cecilia Ce es un fenómeno editorial y teatral: «Beer and sex night» -un espectáculo que combina sexo, ciencia y humor- ya fue visto por más de 50 mil personas en todo el país.
Por Josefina Marcuzzi
Tras dos éxitos rotundos, «Sexo ATR» y «Carnaval toda la vida», la psicóloga, sexóloga y comunicadora con más de un millón de seguidores en Instagram (@lic.ceciliace) Cecilia Ce publicó su tercer libro, «Vinculear», en el que insta a relaciones más amorosas y menos neuróticas: «Estamos muy hostiles. Hay mucha fragmentación dentro de la comunidad, de la sociedad, y esto se ve también en el sexo. No se puede sentir, no se puede tratar bien al otro», sostiene.
Cecilia Ce llena teatros con una vulva de peluche en una mano y un pene tejido a crochet en la otra. Se para sola arriba del escenario y habla de sexo como si hablara de una película que vio la noche anterior: relajadísima. La siguen grupos de amigas, parejas, primeras citas, varones que van de levante (y de paso, aprenden). Desde 2019 presenta «Beer and sex night», un espectáculo que combina sexo, ciencia y humor que ya presenciaron más de 50 mil personas en todo el país.
La sexóloga es un fenómeno editorial y es también un fenómeno en redes sociales. Sin embargo, milita la presencialidad. El encuentro. La charla mano a mano, verse las caras con sus seguidores, la experiencia compartida como bandera para la sexualidad y para la vida. No quiere que el sexo sea solamente un tema de las redes, alienta que cambie la manera en que las personas experimentan el encuentro sexo afectivo.
En su último libro, «Vinculear» (Planeta), Cecilia Ce propone relaciones más amorosas y menos neuróticas, una sexualidad libre de prejuicios y sobre el pilar de la empatía. También se encuentran posiciones para innovar y claves para el placer y el goce, pero la propuesta es mucho más que un Kamasutra: volver al cuerpo e instalar un diálogo sexual liviano, que apunta a relacionarnos desde lo social, lo cultural y lo afectivo.
No hay educación emocional
– En el libro hablás de compasión, calidez y conexión como tres pilares para la buena sexualidad. ¿Cómo se desarraigan estas ideas del amor romántico y cómo hacemos para desarmar esto de que hay que «demostrar desinterés» hacia el otro?
– Lo pienso también más allá de los vínculos sexo-afectivos o románticos, lo veo en los vínculos en general. Estamos muy hostiles. Hay mucha fragmentación dentro de la comunidad, de la sociedad, y esto se ve también en el sexo. No se puede sentir, no se puede tratar bien al otro. El individualismo nos está dificultando los vínculos sociales y sexuales. Tenemos que hablar de ser más amorosos. Hoy por hoy es una postura el no sentir, una postura cool, la frialdad es atractiva. Esto se entiende en la dinámica de una sociedad en la que la otra persona es una competencia, no es una sociedad cooperativa.
– ¿Dónde ves esto? ¿Con tus pacientes?
– Sí, y en la calle. Gente que dice: «si me gusta mucho alguien, lo bloqueo». O cuando las personas sienten que el otro u otra siente algo, y se borran. Tenemos una falta de educación en lo emocional que está haciendo estragos. No sabemos poner límites, no sabemos dar lugar a la emoción ni sentirnos cómodos con la emoción, el cariño o el afecto. Es una falta de recursos no poder asumir que podemos querernos y eso no implica estar enamorado.
Nos falta transitar esos espacios más grises. Creo que es pose y es defensivo, por la incomodidad que nos genera poner en palabras las emociones, reconocerlas.
No hay educación emocional. En otros países hay ya una educación en este sentido, pero acá falta mucho, es el nuevo desafío. Somos como muy enroscados, sacamos muchas conclusiones, analizamos mucho desde lo mental, en lugar de sentarnos a charlar y ver qué nos pasa.
“Hay una lupa sobre todo lo que hacemos”
– ¿Esto es un fenómeno de nuestra época? ¿Cómo era 10 o 20 años atrás?
– Como hipótesis diría que en aquella época no había la exposición que hay hoy de las redes, para mí eso es tremendo. Hoy quedás escrachado, tenés más presión, te sentís más observado. Hay una lupa sobre todo lo que hacemos y lo que no hacemos, se señala. Entonces creo que ahí hay más pose y más dificultad.
Hace unos días me escribió un chico a mis redes: me contó que había ido con una chica a ver mi espectáculo y no sabía si abrazarla porque tenía miedo de quedar como un gil, y después tuvo miedo de haber quedado como un gil por, finalmente, no haberla abrazado.
El punto es, entonces, que van a pensar que sos un gil, no importa lo que pase. Todo es juzgar. Todo es analizar los comportamientos del otro u otra y juzgar si está bien o no está bien. Nos quedamos ahí. Y entonces en la cama también pasa algo así: poner el cuerpo sin conectar, sin poner palabras, sin hacer un mimo, sin acariciar. La idea de que acariciar es demostrar afecto. Si hacés mucho mimo es: «Ey, estás enamorado».
– En el libro proponés que la cama es comunicación y que las palabras y el cuerpo son el lenguaje en la sexualidad. ¿Cómo se podría profundizar esta idea?
– Aunque uno piense que no, todo el tiempo en la sexualidad se está comunicando. La sexualidad es como un baile, son dos cuerpos que están haciendo una coreo y eso da información. Y también saber interpretar. Entender lo que el otro dice con el cuerpo, leer el movimiento, los acercamientos. Tomarse el trabajo de bajar y salir de la cabeza, realmente ver el cuerpo del otro y aprender a conectar desde la temperatura, el movimiento, la piel.
Toda esa información que está en cómo se mueve el otro. Y a veces no lo vemos, estamos adentro de la cabeza pensando, sacando conclusiones de cómo debería ser. ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Qué va a pensar, no le va a gustar? En vez de conectar, de descifrar lo que el otro dice. Y esa catarata de pensamientos intrusivos es una interferencia para el diálogo y el baile de los cuerpos.
Pero bueno, es una reeducación que va en contra del ritmo de vida, la sexualidad al fin y al cabo termina siendo social: eco del modo de vida, de las formas de relacionarnos, del trabajo, de las redes.
Un punto de partida
– En el libro planteás que las relaciones sexuales ya no son el «objetivo» de los vínculos, sino el punto de partida de esos mismos vínculos. ¿Cómo es esto?
– Claro, antes había como un guion que era así: la cita, después te ves, después te conocés, y mucho después había relaciones sexuales. Hoy arrancás de la cama. Si vos tenés una o dos citas, o tres, y la persona no te dice de ir a la cama… «qué raaaaaroooo». Hay como un mandato de que arranca por ahí. Te lo dicen incluso en frases: «si no resuelvo viene otro y lo hace». En la competencia por relacionarse está esto de que tenés que tener buena cama. Es el punto de inicio.
– ¿Pero eso puede ser considerado «buena cama»? ¿No sería más «cama rápida»?
– Claro. De hecho la buena cama se construye. Pero eso habla de tolerancia, de esfuerzo, de construir. Hoy todo es tipo: «Ay no, no funciona, chau». ¿Cómo no vamos a llegar re nerviosos, exigidos y mambeados al encuentro sexual? La trampa es que justamente necesitás un poco de intimidad y confianza para sentirte mejor en la cama.
Me atrevo a decir que hoy es más fácil irse a la cama con alguien que lograr que te cuente a qué le tiene vergüenza o cómo se lleva con la mamá, o qué lo angustia. Hoy se juzga la intensidad porque nos cuestan los grises. Es intensidad o gostheo. Y eso habla de las inseguridades y carencias que tenemos, que todavía no resolvimos. Esto de «estás en línea, no me escribís y siento un agujero en el pecho».
– ¿En qué instancia social nos ves en esto de desterrar las ideas de que los encuentros sexuales tienen que tener penetración y tienen que finalizar en orgasmo?
– Me parece que son los grandes puntos ganados en los últimos años, es lo que más se deconstruyó. Sí creo que igual el sexo sigue siendo resultadista y las personas están pendientes del orgasmo, eso sigue siendo así y es muy difícil de cambiar. Una cosa es sanar a través de la información, psico-educar para que las personas tengan acceso a la información. Pero deconstruir el mandato del orgasmo es más mental, es una creencia. Correr esa expectativa es más difícil porque no hace falta información, hace falta cambiar el pensamiento. La creencia es mucho más difícil, entender que podemos disfrutar igual aunque no haya orgasmo requiere de mucho más trabajo.
– ¿Cómo impactó el feminismo en la construcción colectiva de la sexualidad en nuestro país?
– Un montón, hay tantas cosas en las que el feminismo nos cambió la vida. En sexualidad creo que nos permitió cambiar la lupa de lo que son los roles de género y cómo eso afectaba todo. Con una mirada feminista incluso hay diagnósticos que ya no existen más. El sesgo machista se metió en hasta como se cataloga la respuesta sexual, el encuentro, los roles, la penetración.
Creo que el feminismo nos permitió sanar un montón en ese sentido, todas las falsas creencias se pudieron empezar a deconstruir. Hoy se habla públicamente de sexualidad gracias al feminismo.
Ni hablar de los derechos sobre el cuerpo, es una ruptura total, el feminismo logró que la vasectomía sea una posibilidad. Los vínculos están ahí como acomodándose a esta realidad… quiero pero no puedo. Los hombres que están queriendo correrse de ese lugar masculino en lo sexual y no saben cómo; las mujeres en una postura mucho más combativa.