Reseña de un libro de Guillermo Martínez
Por Alberto Di Francisco
Una imagen inicial
Detalles más, detalles menos; conocida por una u otra fuente; leída o conocida “de oído” -como suele decirse por estos lados-, lo cierto es que a muchos de nosotros, de una u otra manera, nos ha llegado su nombre y su historia: hablo del mito griego de Ícaro y Dédalo. En “Acerca de Roderer”, el libro del que hablaré en la presente reseña, acaso podemos adivinar alguna de sus huellas. Veamos por qué.
Introducción
Es que la mitología griega tiene -y en esto va una opinión por demás personal- una particular vigencia, y esto es porque se asienta sobre una belleza especial, que es la manera quasi poética (a veces fantasiosa, a veces trágica) con la que dicha cultura quiso explicar, o interpretar, el mundo fenoménico que los rodeaba. En ese sentido, la locución latina “Omnia diis esse” (“Todo está lleno de dioses”) supo resumir con gran acierto el espíritu helénico de entonces.
Lo cierto es que, cuando finalmente me decidí a hacer la nota, en el momento mismo de empezar a ordenar los pensamientos en torno una idea central sobre la cual desprender todo el resto, se me presentó -como una tácita sugerencia, como una asociación inmediata- la imagen de ese mito griego. Recordemos que Dédalo (padre de Ícaro y arquitecto del laberinto que encierra al Minotauro) para escapar de su amo (Minos) confecciona, con un entramado de plumas y cera, un par de alas para que él y su hijo escapen de la isla por aire, única vía no dominada por el rey en cuestión.
A pesar de que Ícaro es prevenido de no volar ni en cercanías del agua ni en la de las alturas, emprendido el vuelo, el joven se ve tentado por estas últimas, por los espacios inmensos y por el brillo del sol. Haciendo caso omiso a las advertencias de su padre, el joven se remonta hacia el cielo, donde el calor del sol derrite la cera, las plumas se desprenden de las alas, y el arrogante joven cae, encontrando su fatal destino en las profundidades del agua. Asi -entre otras interpretaciones, acepciones y miradas- la de Ícaro es una historia que nos habla de los límites divinos (el sol= la verdad), de la arrogancia del hombre, y de la ambición desmedida. Es una buena alegoría del hombre intentando ponerse a la altura de Dios, de lo finito tratando de abarcar, ilusamente, lo infinito.
El autor
Guillermo Martínez (1962) es el autor de la mencionada obra “Acerca de Roderer” (1992). Escritor y matemático argentino, Martínez nace en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, y realiza allí sus estudios, incluidos los universitarios, donde se recibe de Licenciado en Matemática en la Universidad Nacional del Sur. Continuará luego un camino de perfeccionamiento en la materia, tanto en Capital Federal (Doctorado en Lógica) como en el exterior (Inglaterra, EEUU, Canadá e Italia) mediante la obtención de becas de diferentes instituciones.
El camino artístico de este bahiense está poblado, tanto de obras de indudable valor literario, como de premios que avalan y atestiguan lo dicho. Martinez toma la pluma a temprana edad, y desde entonces ya despunta con una literatura que genera atención, y avanza decidido, a través de sus creaciones, en ese rumbo de búsqueda, de construcción, de creatividad e inteligencia. Además de ser un escritor multipremiado, y de que varias de sus obras son traducidas a otros idiomas, algunas de ellas incluso son llevadas (adaptadas) al cine, como fue el caso de “Los crímenes de Oxford” ó “La muerte lenta de Luciana B”. Paralelo a su producción artística, mientras, Martínez participa en eventos culturales, y escribe notas y artículos literarios en diferentes medios gráficos del país.
Una antagónica amistad
“Acerca de Roderer” es, según dicta la nomenclatura moderna, una nouvelle (novela corta), aunque esto sea un dato casi intrascendente y circunstancial, pues aquí la moderada cantidad de páginas se suple con intensidad intelectual. La historia se desenvuelve en el marco de un pequeño poblado de la costa argentina, donde dos jóvenes construyen, a través de la rivalidad surgida durante un partido de ajedrez entre ambos, una especie de amistad. Como dos piedras que chocan al movimiento de la marea de la vida, el primer contacto entre los protagonistas es desafiante, ruidoso, profundo; ambos personajes están atravesados por una característica distintiva, y es una inteligencia que supera la media, una intelectualidad que los sitúa en un escalón de análisis más alto que el común de la gente. Desde ese punto se miran y se miden, se prueban y se desafían. El partido de ajedrez inaugura un mismo camino para ambos. Lo transitarán juntos, se acompañarán, pero lo cierto es que se dirigen hacia distintos lados.
El narrador nos revela así, en el devenir de esta crónica, su peculiar relación con Gustavo Roderer. Tanto él como su contrincante son exponentes de una inteligencia excepcional, pero en cuanto en el primero ella es una herramienta que le permite desenvolverse en la vida de relación, construirse y nutrirse y hasta sobresalir académicamente en base a la posibilidad de asimilar conocimiento y de adaptarse al entorno social, de crecer asentándose en el método y la disciplina, en el otro (en Roderer) supone un vehículo hecho de libertad creativa, una inteligencia sin reglas ni procedimientos ni ataduras, un vehículo cuyas alas (recuerdo a Ícaro otra vez) le permitirán -tal es su objeto ulterior- elevarse hacia regiones conceptuales donde nadie ha pisado aún.
Ambos protagonistas, tras la fundacional partida de ajedrez que los une, vuelven a verse las caras más tarde, cuando coinciden como compañeros en el colegio. Es allí donde se intensifica su relación, que -he aquí una construcción por demás interesante del autor- afianza su vínculo en una extraña línea que camina entre la rivalidad y la amistad. Roderer se sabe -y no se cansa de demostrarlo- con un pensamiento superior al de su contrincante, como lo evidencia en cada ocasión en que dialogan sobre temas de arte, de filosofía, o de ciencia, donde la mente analítica y el vuelo del pensamiento de Roderer, terminan llegando a conclusiones plenas de lucidez. Para este último, el narrador supone ser un especie de “enemigo necesario”; la amistad (si asi puede llamarse su relación) solo le es posible con alguien a su nivel intelectual, con el cual a la vez confronta y se mide; en el fondo, lo necesita para reafirmarlo cada vez. El narrador, su antagonista, termina siendo, para Roderer, el único capaz de entenderlo en su razonamiento, y se convierte en cierto modo en la “articulación” entre él y el mundo que lo rodea. Un mundo que, dada la naturaleza cerebral del joven, se le vuelve cada vez más distante y sin sentido, sin objeto de amor.
Sin embargo, en el devenir de la historia va quedando algo en claro, y responde, en última instancia, a esa máxima de que “la sola intelectualidad enfría el corazón”. El narrador, cuya inteligencia tiene los pies en la tierra, hace de su don una herramienta, en el sentido pragmático de la vida; construye con ella un escalón con el cual va realizando conquistas cada vez más altas, dentro de su realización personal. Premios, reconocimientos, el ingreso a la universidad, el narrador usa su intelecto para construir(se) una vida de relación, donde los desafíos, el amor y el crecimiento, marcan su norte. Pero para Roderer es distinto; su objeto es otro. Él quiere poner un pie donde ninguna filosofía ni sistema de pensamiento lo ha hecho antes, quiere conquistar un estrato superior de la Verdad, y el mundo y sus detalles se vuelven asi insignificantes y pueriles. El Logos Divino es su objeto; cualquier otra cosa es menor, y solo es valioso en cuanto sea vehículo para llegar a aquél.
El devenir de la trama, a la cual no le falta el amor, ni la muerte, no hace foco en la historia, en su complicación, por así decirlo, ni abunda en descripciones pueriles, sino que su punto se encuentra en la riqueza de los diálogos, en las chispas que surgen del cruce de las opiniones de los protagonistas, en los análisis y a las ideas a las cuales se remontan.
Caída y cierre
Tal lo dicho en las líneas iniciales de esta reseña, Roderer, como aquel Ícaro mitológico, desatiende las advertencias de los suyos, y se aventura -ayudado muchas veces por el opio, dada una extraña enfermedad que lo aqueja- en su vuelo de sapiente de arrogancia, a la conquista de las más altas cimas del pensamiento y la idea. Pero en la cercanía con ese sol sus alas ya no bastan, y cuando apenas parece vislumbrar algo, rozar con sus dedos el misterio, asomarse tras el telón, cesa su vuelo. En esa caída, y ya cercado por la enfermedad que lo aqueja, Roderer cierra la historia con unas palabras que seguirán sonando en nuestra mente, aún más allá de cuando hayamos dado vuelta la última página.
Reseñar este libro, más que un trabajo o un gusto personal, también supone para mí un mínimo y humilde acto de justicia literaria. Una obra como esta, y a pesar de estar ya reconocida por numerosas y eruditas voces, vale siempre ser recordada a las nuevas generaciones, y vuelta a poner en la mesa de discusión de la gran literatura argentina contemporánea. La historia que Guillermo Martínez nos presenta se encuentra ejecutada de manera formidable, repleta de saberes y de indicios, una obra con toques borgeanos que abre hacia múltiples caminos posibles, más allá de lo circunstancial de su ser. Pero lo que, a mi parecer, resulta determinante de este libro, es que a pesar de estar repleto de ideas y de conocimiento, no es una obra construida desde la superioridad, no es una obra que viene a dar respuestas, sino, bien por el contrario (y felizmente) es una obra mucho mejor que eso, es una obra que que nos plantea preguntas; preguntas que responderemos (que nos responderemos) en nuestro interior, acaso, y en la medida de nuestro alcance. Martínez hace, con esta nouvelle, honor a aquella tristemente divina aseveración de Rimbaud, cuando opinó que “Nuestra pálida razón nos oculta el infinito”.