Miedo, incertidumbre, duelos inciertos, fragilidad y la alternativa del camino al autoconocimiento que ofrece la psicoterapia, derribando mitos y prejuicios, según la prestigiosa psicóloga Diana Hunsche. La especialista es autora de “A terapia ¿yo? un libro desde el punto de vista de los pacientes.
Por Claudia Roldós
La pandemia, como toda situación límite, nos puso de frente a todos nuestros miedos, la incertidumbre sobre el futuro, nuestra propia finitud, entre muchos otros cuestionamientos que, en épocas de “normalidad” pueden pasar desapercibidos.
La psicología, especialmente la psicoterapia, funcionan en estos contextos como una herramienta, no solo vinculada con la salud mental, sino con el autoconocimiento. “La terapia va más allá del eje salud-enfermedad. Nos da muchísimos beneficios para acceder a la mejor versión de nosotros mismos” explica la psicóloga Diana Hunsche, quién también considera que “en la pandemia, todo lo no resuelto se ha acentuado. Por eso, los pacientes no solo vienen a terapia por los problemas relacionados con la pandemia, sino también por los mismos conflictos por los que venían antes”.
Hunsche, además de una extensa trayectoria que incluye haber trabajado con el doctor René Favaloro en el Sanatorio Güemes, en obras sociales, en el Hospital Zubizarreta y para SERPAJ, tiene una formación inicial en psicoanálisis y ha incursionado en otras escuelas. Se especializó en Psicogenealogía y está capacitada para brindar terapia en castellano, alemán, inglés y portugués.
Además recientemente publicó su primer libro: “A terapia ¿yo?” (Editorial Del Nuevo Extremo), en el que presenta un enfoque orientado a entender cómo funciona la terapia, pero desde el punto de vista de los pacientes, buscando desenmascarar los mitos y prejuicios que giran en torno a la psicología y los terapeutas .
En este contexto de cambios de paradigmas, desafíos personales y laborales, de necesidad de adaptación a las contingencias y nuevas modalidades, la destacada especialista brindó una interesante visión del panorama y las alternativas que tenemos a mano, en una entrevista con BACAP.
– ¿Cómo surgió la idea del libro A terapia ¿yo? y por qué pensó en ese enfoque desde el punto de vista de los pacientes?
– Este libro nació de una inquietud de mis pacientes: con frecuencia me preguntaban qué podían leer sobre los diversos aspectos de la psicoterapia. Al buscar bibliografía, noté que en su mayor parte se dirige a los profesionales o a los estudiantes universitarios, y por eso puede resultar difícil de comprender para quienes no dominan estos temas. Otros libros, más accesibles, se enfocan en la autoayuda, intentando reemplazar de algún modo la terapia. Me di cuenta, entonces, de que faltaba un libro que tomara en cuenta el punto de vista del paciente al iniciar, transitar o retomar un tratamiento, incluyendo todas sus inquietudes, cuestionamientos y hasta prejuicios.
– ¿Cuál cree que es la importancia de que la población en general cuente con nociones de psicología para enfrentar problemas o tomar decisiones?
– La terapia bien llevada ayuda siempre: cuando estamos mal, para poder sanar; cuando estamos bien, para estar mejor. No soy partidaria de la idea de que el tiempo resuelve por sí solo las cosas. Todo aquello que no se elabora queda sin tramitar y va a resurgir en algún momento. La terapia, además, evita sufrimientos innecesarios y es un acelerador de procesos, contribuyendo a que no quedemos estancados en un conflicto y podamos avanzar más allá.
– ¿Por qué cree que en pleno siglo XXI todavía hay tantos prejuicios alrededor de ir o no a terapia?
– Creo que los prejuicios existen porque es más fácil descalificar lo que desconocemos que acercarnos a averiguar de qué se trata. Además, los mitos persisten porque nosotros, los terapeutas, no nos tomamos el tiempo para esclarecerlos. Escuchar y prestar atención a esos prejuicios, sin dejarlos de lado, permitirá que nuestro enfoque se reoriente al diálogo con los pacientes.
– ¿Influye en la llegada «a destiempo» o «tarde» a un tratamiento necesario?
– No es lo mismo empezar un tratamiento cuando un problema está en su estadio inicial, que cuando ya ha pasado mucho tiempo. Por ejemplo, en una pareja que recién está empezando a tener conflictos, la posibilidad de resolverlos mediante una terapia es mucho mayor. Pero también es cierto que si una pareja llega a la terapia cuando el vínculo ya está muy deteriorado, igual será provechosa, porque el proceso terapéutico les permitirá terminar la relación de manera más saludable (por ejemplo, en lo que respecta al efecto de la separación en los hijos).
– ¿Cree que la pandemia puede motorizar un cambio al respecto?
– El agobio, la incertidumbre y los problemas, tanto afectivos como laborales, que se viven en el contexto de la pandemia están generando un cambio de paradigma. Este es un momento en el que la gente está más abierta a la ayuda que puede recibir de una terapia y a su utilidad para elaborar el dolor, ya que todos estamos viviendo un duelo, hayamos perdido o no seres queridos a causa del virus.
– Las dificultades para despedir a nuestros seres queridos con ritos significativos como parte del proceso del duelo. ¿Cómo afectan el desarrollo de esos duelos? ¿A qué herramientas se puede recurrir para atravesar ese proceso de manera más sana?
– Todas las religiones y culturas tienen ceremonias funerarias. Son rituales que nos ayudan a inscribir la muerte en nuestro psiquismo. Este registro de la pérdida es fundamental, porque es el paso previo al comienzo del proceso de duelo. Cuando no se puede realizar esa ceremonia, nos encontramos ante lo que llamamos duelo incierto. En el duelo incierto, si bien desde lo racional sabemos que la persona fallecida ya no está, nuestro inconsciente mantiene la esperanza del retorno del ser querido.
Los duelos inciertos no son exclusivos de la pandemia: se pueden producir, por ejemplo, ante un accidente aéreo o una catástrofe natural, cuando no hay un cuerpo que se pueda velar. En la situación actual, en la que las ceremonias funerarias quedaron suspendidas, hay que hacer un ritual cuando se pueda y respetando los protocolos de cuidado. Ese ritual simbólico, que puede ser individual o familiar, nos permitirá aceptar la partida de la persona que murió. Hay que tener en cuenta, además, que los vínculos con los seres queridos no se terminan con la muerte, sino que continúan desde nuestro recuerdo y pueden ser una usina de fuerza para seguir adelante.
– ¿Cree que el aislamiento, la soledad, el cambio en las dinámicas en las relaciones que ha generado la pandemia van a impactar a largo plazo en las personas?
– Hay cambios que llegaron para quedarse: en ese sentido, la tecnología fue una herramienta muy útil para sobrellevar el aislamiento y sostener nuestra conexión con el mundo. Hemos podido continuar con muchas de nuestras actividades (e incluso comenzar otras nuevas) de manera remota, en un contexto en el que la alternativa presencial, tal como la conocíamos, es peligrosa. Creo que los hábitos de sanitización también van a perdurar, y ese es otro cambio positivo.
La normalidad anterior a la pandemia ya ha cambiado y tiene nuevos parámetros. En algunos aspectos, el cambio va a ser positivo; en otros, no tanto. Pero de una situación límite como esta, cada uno saldrá como pueda. Quienes se acostumbraron a la virtualidad tendrán que hacer un esfuerzo para volver a vincularse de manera cercana. Del otro lado, quienes más padecieron el aislamiento sentirán que tienen que apresurarse a vivir todo aquello que “se perdieron”. En el medio, hay infinitas posturas. Por ejemplo, a nivel laboral, hay oficios y profesiones que se vieron mucho más golpeados que otros por la falta de presencialidad. Cada cual podrá decidir qué hábitos mantener y cuáles dejar de lado, en función de sus metas y de sus necesidades.
– La incertidumbre es algo a lo que estamos expuestos siempre, pero en este nuevo contexto ¿tomamos más conciencia de ese estado natural?
– Estamos viviendo una situación límite. Toda situación límite nos remite a nuestra finitud y fragilidad, y la muerte ajena nos enfrenta a la propia. Las personas que están mejor preparadas para esto son aquellas que ya han pasado anteriormente por una situación límite. Saben que se puede perder todo de un minuto al otro, que quien está bien hoy puede estar muy mal mañana. Quien ya sufrió antes, tiene más herramientas para enfrentar el dolor de hoy.
Mucha gente toma en cuenta la incertidumbre, pero también están quienes la niegan y adoptan actitudes desafiantes y omnipotentes (“a mí no me va a pasar nada”), que los llevan a no cuidarse.
– ¿Qué impacto tiene eso sobre nuestro estado emocional?
– El impacto en nuestro estado emocional dependerá de lo que cada uno haga con la incertidumbre. Si nos dejamos invadir por el miedo, de algún modo nos paralizamos. Pero si podemos generar nuevos proyectos que potencien nuestra creatividad y profundizamos en nuestros vínculos creando una red de contención emocional, podremos sobrellevarla mejor. La clave no está en lo que nos pasa, sino en lo que hacemos con eso que nos pasa.
– ¿Qué herramientas puede aportar la psicología (o la psicoterapia) para atravesar de mejor manera estos cambios en la forma de vida?
– A nivel práctico, podemos decir que la terapia online se ha vuelto una modalidad muy útil, tanto a nivel individual como familiar o de pareja. Poder empezar, continuar o retomar un tratamiento, a pesar de la falta de presencialidad, es muy importante.
La terapia nos da herramientas para sobrellevar duelos, que muchas veces nos remiten a pérdidas anteriores no tramitadas y que ahora podemos elaborar. También podemos trabajar nuestro miedo a la enfermedad, al contagio, la culpa por haber sobrevivido a un ser querido que murió. Entre los trabajadores de la salud hay situaciones de mucha frustración y angustia, por no poder hacer lo suficiente para salvar a la mayor cantidad posible de pacientes. Esta angustia también se puede trabajar en la terapia.
En la pandemia, todo lo no resuelto se ha acentuado. Por eso, los pacientes no solo vienen a terapia por los problemas relacionados con la pandemia, sino también por los mismos conflictos por los que venían antes.
– ¿Por qué cree que resulta tan difícil, a veces, pedir ayuda? ¿Cuál es la importancia de traspasar ese freno y hacerlo?
– Para pedir ayuda tenemos que admitir que algo nos falta, que necesitamos del otro. Eso nos sitúa en una posición de fragilidad que no siempre queremos aceptar. Esta dificultad, que no se da tanto en los problemas de los que se ocupa la medicina, se acentúa más cuando los problemas son psíquicos: como no se ven, podemos ocultarlos, relativizarlos, echarle la culpa al entorno y poner todo tipo excusas con tal de no asumir que tenemos algo para resolver. Podemos sentir miedo de no ser comprendidos, o de que nos manipulen, o de descubrir algo que nos perturbe, o de depender demasiado de un terapeuta. Todos esos temores se presentan casi siempre entre quienes inician una terapia.
Si logramos trasponer todas estas barreras autoimpuestas, podremos sacar mucho peso de nuestra “mochila emocional”. El objetivo es animarnos a conocernos mejor, profundizar nuestros vínculos, superar el dolor y, en definitiva, ser más felices.
– Ha dicho que la terapia es una herramienta o un camino al autoconocimiento. ¿Todos deberíamos hacer terapia, aunque sea durante una temporada?
– Es importante saber que la terapia va más allá del eje salud-enfermedad. Nos da muchísimos beneficios para acceder a la mejor versión de nosotros mismos. No todas las sesiones son tristes o abrumadoras; hay situaciones terapéuticas en las que el sentido del humor, la alegría y la serenidad están muy presentes. El camino al autoconocimiento es fascinante y no se circunscribe solamente al dolor, sino también al amor y a los momentos felices.