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julio 26, 2024
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Lo de Acá

Aprender a bordar, una práctica que se volvió a poner de moda

La pandemia y el aislamiento trajeron muchos cambios de hábitos. Algunas personas aprovecharon la oportunidad para rescatar prácticas que parecían olvidadas, como bordar. ¿Cómo se convierte en pasión? Acá nos los cuenta una mujer que lo hizo hábito y que hasta lo enseña.

Por Celeste Verdiccichio

Considerado como una práctica cultural, el bordado ha estado asociado durante muchos años como un pasatiempo femenino. Aunque también supo ser el reflejo de cierta posición social y una expresión del arte a través del embellecimiento de prendas y objetos. 

En medio de la pandemia y el aislamiento, bordar se convirtió en una salida para muchas personas. Es que gracias a las diferentes técnicas y la variedad de estilos disponibles, el bordado se renueva en esta época captando la atención de un público juvenil que lo elige no solo como un hobby, sino como una oportunidad laboral, fuente de inspiración y de creación, sobre todo en tiempos de Covid-19

Conectada con el mundo textil desde muy chica entre telas, hilos y máquinas de coser en los talleres familiares, Valeria González descubrió que su verdadera pasión se encontraba en el bordado. Dueña de la mercería Tejiendo Sueños, un sitio especial lleno de colores vivos, prendas y objetos intervenidos, la emprendedora se destaca por los trabajos y cursos que ofrece en la ciudad de Mar del Plata.

Criada en Sierras de los Padres, donde se recuerda acompañada por los paisajes de la naturaleza, Valeria elige sus diseños a partir de su propia inspiración y gusto. Tigres, flores hawaianas, mariposas, la famosa lengua de los Rolling Stones, son algunos de los diseños que la caracterizan y el sello personal que la distingue del resto. 

¿Cómo surge la idea de comenzar a bordar? 

Cuando nació mi primer hijo, a mis 24, comencé con la búsqueda de hacer algo relacionado a lo manual. Primero arranqué con el tejido, después con el decoupage y más tarde con corte y confección para ver si había heredado algo de mi mamá. Pero resultó que no era lo mío. Es decir, no es que me resultara difícil, sino que no me gustaba, me aburría la moldería. Pero fue ahí, haciendo corte y confección, que empecé a trabajar con unos sobres, unas carteras de mano, y con los galones que actualmente vendo en la mercería. Esa idea de intervención, de intervenirlos, fue lo que me empezó a atraer y me llevó hacia el bordado. Después, tomé un curso de bordado mexicano con una señora de acá de Mar del Plata y terminé por descubrir que realmente me gustaba muchísimo. 

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Valeria González en plena tarea. Foto: Mauricio Arduin.

Fue encontrar una pasión y que también me resultaba fácil hacerlo. Y dentro de esa búsqueda del bordado en la que venía, aprendí que hay un montón de técnicas para recorrer, mucha variedad. Yo hacía bordado mexicano pero también encontré a una bordadora chilena de la cual me enamoré de sus trabajos. Seguí bordando tratando de sacar su técnica, que es como pintar con lana, pero finalmente mi marido me regaló un viaje a Chile para tomar cursos con ella y ahí aproveché también para tomar cursos con otra bordadora que se dedicaba a la pedrería. En ese momento yo ya tenía la mercería y gracias a los cursos me empapé del conocimiento suficiente y me largué a dar clases, algo que la gente me venía pidiendo mucho. 

¿Cómo fue el proceso de apertura de la mercería? 

Lo que sucedió es que utilizaba en forma activa Facebook, donde tenía muchos seguidores, y por donde vendía los sobres que trabajaba, esas carteritas de mano bordadas con galones intervenidas. Y pasó que en mi casa tenía armada una especie de “mini mercería”, entonces mi marido propuso la idea de abrir un showroom para, justamente, dar los cursos que me pedían, vender ropa y trabajar con la intervención del bordado. Yo estaba en esa fuerte búsqueda de querer hacer algo de manera independiente, de emprender, y le dije que sí. Pero no quería ser el típico local de ropa que compra y vende sino que me gustaba más la idea de dar talleres y trasladar esa “mini mercería” que tenía montada en mi casa a un espacio físico. 

Hubo una búsqueda muy importante, no quería ser la mercería de barrio tradicional, quería diferenciarme

Valeria cuenta que en la búsqueda de dar con espacio físico para la mercería, encontró un alquiler en zona Alem. Aunque a ella le gustaba, a su marido no terminaba de convencerle. Tras recorrer distintos lugares, no lograba dar con el espacio indicado. Un día, al pasar por aquel primer sitio, encontró un botón justo en la puerta. Como si fuera la señal que faltaba para dar el paso, decidió firmar contrato y hoy ese pequeño amuleto la acompaña en su exitosa mercería Tejiendo Sueños

Tanto en tu Instagram personal como en el de la mercería, tenés una gran cantidad de seguidores y publicás activamente contenido… Recién comentabas que Facebook y los seguidores que allí tenías fueron claves para iniciar con el emprendimiento. ¿Cómo es esa relación con los seguidores y cómo es el manejo de las redes sociales?  

El trabajo en las redes es constante. Creo que la mercería y el manejo de las redes sociales son trabajos que van en paralelo y que, además, se vuelve muy laborioso. Yo me hice conocida gracias a Facebook y fue eso lo que me empujó a emprender. En ese momento todos los negocios cerraban [exactamente hace tres años] y yo abría. Entonces creo que fue gracias a todos los seguidores que tenía, que me conocían y me alentaban, que me animé, que tuve esa seguridad para abrir el local.

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Uno de los bordados. Foto: Mauricio Arduin.

Ahora no utilizo Facebook, sí Instagram, que lo comencé cuando abrí la mercería. Yo ya subía algunas cosas a mi cuenta de Instagram personal, que fue creciendo mucho, y luego comencé con la cuenta laboral. Hoy, llegamos a 40.000 seguidores, que realmente es un número muy grande. La realidad es que tenés que generar contenido constantemente, es algo de tiempo completo: responder mensajes, tomar pedidos y prepararlos (sobre todo ahora que incorporé envíos a todo el país) y también estar atento a los seguidores. Para eso hago encuestas y analizo qué es lo que esperan, qué es lo que les va gustando, si un bordado en una zapatilla o en una prenda, por ejemplo. También presto muchísima atención a lo que publico, cúal es la reacción de la gente a mi contenido. 

La gente me trajo a esto, estoy donde estoy por la gente

Además de estar atenta a la reacción de tus seguidores, ¿en qué te inspirás para elegir los diseños? ¿Hay una búsqueda de la “tendencia”?

No. Lo que es tendencia yo cero. Me guío más que nada por mi propia inspiración: la naturaleza y los animales, pero no voy a lo que a lo que se usa en términos de tendencia. Lo que más me gusta es la acción de la intervención. Más allá de los bastidores que tengo colgados a modo de cuadro, en forma decorativa, lo que me gusta es intervenir prendas y objetos, trabajar a partir de eso. 

Algunos de los elementos que se utilizan en los bordados. Foto: Mauricio Arduin.

En el imaginario social, el bordado estuvo por años asociado a una práctica más bien femenina y de “abuelas”, ¿creés que ahora hay una especie de “reivindicación” del bordado? 

Curiosamente, yo tengo un público bastante joven del bordado, creo que tiene que ver con estas técnicas más modernas o atractivas. De hecho, he llegado a dar cursos a chicas de hasta 15 años. Sí es cierto que el bordado es una práctica que viene de hace muchísimos años y que en otro momento pertenecía más a la alta costura, que se veía mucho en vestidos de novias y no se usaba tanto en lo urbano. Pero el arte cambia los paradigmas y ahí sí noto el cambio: hoy el bordado lo hacés en una prenda diaria, más urbana, algo que antes se asociaba a las fiestas, a eventos más importantes. Porque también es algo muy trabajoso, los trabajos de antes tienen un nivel de detalle muy complejo. Hoy, se busca más la practicidad y se encuentra más en lo urbano. Ahora en la pandemia, por ejemplo, se notó mucho este auge del bordado. La gente decidió volcarse mucho a lo manual y en la mercería se empezaron a vender más productos porque la gente iba a sus casas y se ponía a intervenir prendas, a coser, a crear. También hubo un “boom” del macramé, se vendió muchísimo hilo de algodón, todas cosas desde lo manual.

Pensando en que Tejiendo Sueños no es una mercería convencional en Mar del Plata, ¿creés que llegaste a construir una identidad de marca, que hay un valor agregado?

Sí. Desde que arranqué quise hacerlo así, distinto, y eso tuvo muchas repercusiones, mucho impacto. De hecho, en las redes se notó mucho. Se vio reflejado, sobre todo, en ciertas mercerías tradicionales de la ciudad que comenzaron a cambiar su forma de mostrar el producto, empezaron a mirar lo que yo hacía. 

Hice ruido. Las redes me traían muchas ventas

Pero también entendí que esto era parte del juego y que, al fin y al cabo, está bueno que mercerías tradiciones quieran sacar ideas de lo que hice, que era alguien inexperta. Después con el tiempo comprendí que logré hacer algo distinto, que llamó mucho la atención, y que también fue por eso el rápido crecimiento de las cuentas de Instagram. 

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¿Qué significa para vos el bordado? 

El bordado es una pasión, cuando bordo me desconecto de todo. Si estoy contenta, bordo, si estoy triste, bordo. Me hace muy bien ese momento, es como una especie de meditación todo el proceso creativo que conlleva: desde pensar el dibujo, elegir la tela que voy a bordar, los materiales, los colores, todo eso me produce mucha alegría. Y sobre todo eso último, pienso mucho en el impacto de los colores, me gusta saturarlo. Además hay algo clave, y es esa pasión que te da el poder transmitirlo y despertar en la gente esas ganas y esa curiosidad de querer bordar, y eso me lo ha dicho la gente. O mismo personas que tenían la práctica abandonada y por ver mi trabajo les ha vuelto las ganas y el deseo de agarrar las agujas. 

Me han llegado a decir: “Quiero aprender a bordar porque me encanta lo que hacés”. Recibir ese tipo de comentarios me llena el alma totalmente. Para mí, el bordado lo es todo. 

 

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