Uno de los lanzamientos literarios más interesantes del pasado mes de noviembre ha sido, sin lugar a dudas, El hechizo del verano, de la escritora bahiense Virginia Higa. En esta oportunidad nos presenta un retrato de la sociedad sueca y de las particularidades de la vida en Europa del Norte, así como también una mirada más íntima a sus propias inquietudes e intereses.
“Un sudamericano en Estocolmo siempre tendrá este problema: en invierno extrañará con todas sus fuerzas el sol. Pero en verano querrá ver las estrellas, que por efecto de la latitud o de la luz urbana son escasísimas en la bóveda nocturna de esta ciudad”. Esto nos dice Virginia Higa al promediar “Sobre la lengua sueca”, texto con el que da inicio a su nuevo libro, El hechizo del verano, editado por Sigilo durante el pasado mes de noviembre. Dicho comentario, cabe resaltar, no viene de otro sitio que de su experiencia personal: es desde el año 2017 que Virginia Higa vive en Suecia, enseñando español y trabajando como traductora literaria, y empapándose de toda una serie de códigos y conductas sociales que para ella fueron, al menos en un principio, extrañas, pero que le han permitido reflexionar sobre los puntos de contacto y divergencia entre las realidades de Latinoamérica y Europa del Norte.
Los textos que componen El hechizo del verano, nos cuenta Virginia en las páginas iniciales de la obra, fueron escritos durante sus primeros años de estadía en aquel país, y se cimentan justamente en torno a las experiencias propias de una inmigrante latinoamericana que debe encontrar la forma de adaptarse a una idiosincrasia muy diferente a aquella a la que, hasta el momento, se encontraba habituada.
De este modo, si se comienza con el foco puesto en la materialidad del lenguaje, y en las relaciones que se pueden establecer entre lenguaje y otros ámbitos como la memoria y el cuerpo, luego se procederá a profundizar en una multiplicidad de aspectos que van desde el ritual del patinaje sobre hielo hasta la lectura de las cartas de Manuel Puig, pasando por el cine de Éric Rohmer, la relación entre los suecos y el dinero, la vida del naturalista Linneo y las novelas de Jane Austen.
Con maestría, reflexión profunda y ojo crítico, la autora de Los sorrentinos nos entrega una obra en donde la ficción deja paso a la escritura ensayística, pero sin despegarse de aquel dejo humorístico y ese toque casi conversacional que dieron vida y reconocimiento, allá por el 2018, a la historia de los Vespolini.
Desde Bacap Noticias tuvimos el privilegio de poder hablar con Virginia sobre su experiencia personal en Suecia, el éxito de su primera novela y, por supuesto, sobre El hechizo del verano, ya en librerías.
¿Cómo viviste el éxito que tuvo Los sorrentinos? ¿Esperabas que la historia de los Vespolini fuera traducida a tantos idiomas y llegara a tanta gente? (Yo, en particular, no conocía la trattoria hasta que leí la novela, y ahora trato de ir cada vez que puedo)
El libro tuvo una recepción buenísima que no deja de sorprenderme. Noto que hay gente que lo sigue descubriendo y recomendando cinco años después de su salida y eso me pone muy contenta. Lo que más me alegra es que lo lea gente de diferentes edades, con diferentes intereses. Muchos jóvenes lo leen y se lo regalan a sus abuelos, por ejemplo.
¿Cómo fue escribir después de eso? ¿Cómo surgió El hechizo del verano?
Nunca dejé de escribir, pero pensaba que lo que estaba escribiendo no tenía el peso suficiente para convertirse en un libro. Cuando me mudé a Suecia empecé a escribir sobre las cosas que veía y escuchaba acá, todo iba a un archivo que fue creciendo con los años. En algún momento me puse a editarlo y me pareció que eran textos que tenían algo en común y podían convertirse en una colección de ensayos/crónicas.
¿Cúal fue tu primera impresión, como latinoamericana, de la vida en Suecia? ¿Cuáles son los aspectos que se tornaron materia para tu escritura, y que tus lectores van a poder encontrar en El hechizo del verano?
Lo primero que notamos los latinoamericanos creo que es, por un lado, lo bien que funciona en Suecia “el sistema”: la infraestructura, los transportes, el orden general de la vida, o el hecho de que haya una cierta estabilidad económica que te permite trabajar, ahorrar y vivir más o menos bien. Al mismo tiempo choca mucho la diferencia de temperamento de la gente, lo distinta que es la socialización en todos los aspectos, lo aburrido que puede llegar a ser. Y por supuesto, lo extremo de las condiciones atmosféricas, de la luz, el cambio impresionante de las estaciones, que condicionan todo lo demás.
Creo que todo eso fue materia para la escritura. Vivir en un lugar tan distinto al propio es una oportunidad increíble para una escritora, un ejercicio diario de asombro. Me interesan muchas cosas y busqué ir explorándolas en los ensayos. Hay mucha observación de los suecos pero también de los inmigrantes que viven en este país, que son muchísimos, y de las tensiones que se sienten en la sociedad. Creo que el libro está atravesado por una necesidad muy grande de comunicación, de entender qué es, cómo funciona entre las personas. Algunos ensayos fueron escritos como una excusa para suscitar conversaciones, o para recorrer la ciudad.
En El hechizo del verano, uno de los puntos fundamentales que tratás es el lenguaje. Entre tus reflexiones hablás sobre la construcción del lenguaje, sobre la imbricación entre lenguaje y memoria, sobre la relación entre lenguaje y cuerpo. ¿Cómo es, para una argentina (y, sobre todo, para una escritora y traductora argentina, que trabaja justamente con el lenguaje) adaptarse a una materialidad tan diferente como la del sueco? ¿Cómo se puede relacionar el lenguaje con las formas que tenemos las diferentes sociedades de desenvolvernos?
Me interesa desde siempre la reflexión sobre el lenguaje, y viviendo en una lengua extranjera esa reflexión es constante. Porque hablar una lengua u otra es sin dudas importantísimo, pero también es verdad que hay una esencia de la comunicación humana que excede al lenguaje y que tendemos a olvidar, quizás porque nos relacionamos tanto a través de las redes y de la escritura. También me pasó que tuve un hijo viviendo acá, y esa comunicación con un bebé es otra de las formas de la comunicación humana que no necesitan del lenguaje.
Prestar atención a las particularidades de la lengua para expresar eventos y fenómenos es una buena forma de ejercitar el pensamiento, de desautomatizar las metáforas que usamos para entender el mundo y darnos cuenta de que cada cultura usa las suyas, que hay muchas maneras de resolver los problemas o enfrentar las cuestiones de la vida. Como hispanohablante me costó mucho (pero también disfruto) toda la dimensión sonora del sueco, la multiplicidad de vocales, la naturaleza tonal de la frase.
Todos mis trabajos tienen que ver con el lenguaje y es algo que he desarrollado mucho, pero últimamente siento que es un error confundir lenguaje con inteligencia o con humanidad.
Otros puntos sumamente interesantes de tus escritos son aquellos que tienen que ver con las artes y la literatura. ¿Qué aspectos destacás de la literatura sueca? ¿A qué autores accediste que pienses que, quizás, puedan marcar tu camino a futuro?
Paradójicamente, estando acá leí más autores daneses que suecos. En especial dos escritoras a las que no había leído y que me encantan: Isak Dinesen y Tove Ditlevsen. La primera es muy famosa, y la segunda tuvo un redescubrimiento hace unos años. Son muy diferentes en su estilo, pero las dos son geniales.
Literatura sueca leo de a poco, con algo de esfuerzo, porque todavía tardo bastante en leer literatura de corrido. Los libros con los que más me relaciono son libros infantiles, porque tengo un hijo y leemos cuentos. Tienen una tradición muy rica de literatura infantil, con Astrid Lindgren a la cabeza. La música para niños en Suecia también es preciosa, diría que es mi acercamiento a la lírica en esta lengua.
¿Te acompañan otras artes, como el cine, por ejemplo, en tu proceso de escritura?
Sí, el cine siempre está muy presente porque es, al igual que la literatura, parte de mi formación sentimental. Durante los años en que escribí estos ensayos vi toda la filmografía de Rohmer y de Agnes Varda. Rohmer me inspiró a escribir uno de los textos, y Varda creo que de alguna manera fue una gran inspiración formal. Ella se permite muchas libertades en sus películas, que no son documentales ni ficción estricta sino una mezcla de las dos cosas. Y creo que yo quise copiar esa libertad también en los textos, dejar que entrara el ensayo, la crónica, la narración, la primera persona, el perfil de personajes, permitir que todo conviviera.
También hablás mucho de algunos aspectos que hacen a la idiosincrasia sueca, desde lo social a lo cultural, pasando por lo económico. Desde una perspectiva inversa, ¿qué conocen allá sobre la cultura, la literatura y las artes argentinas?
Es un poco triste decirlo, pero mi impresión es que ellos saben poquísimo de nosotros. Solo la gente muy culta leyó quizás algo de Borges o escuchó algo de Piazzola. Tampoco les interesa el fútbol así que no hay mucho terreno común por ese lado. Algo curioso es que uno de sus músicos más famosos, Evert Taube, una especie de Gardel sueco, viajó a América Latina a principios del siglo XX y escribió una canción sobre una mujer llamada Carmencita que vivía en la bahía de Samborombón. Y todos los suecos conocen la bahía de Samborombón, pero creo que ese es su máximo conocimiento sobre Argentina.