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noviembre 22, 2024
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Adoptada a los 19 años: la increíble historia de Martita

Una familia de clase alta, secretos, bailes de presentación en sociedad y hasta un recuerdo del día en el que se firmó la Independencia nacional. Qué sucedía antes de que se legalice el proceso de adopción en Argentina. Un recorrido por la evolución de una norma que cambió la perspectiva de abordaje de la situación de los niños que tienen el derecho de construir una familia.

Texto: Julia Van Gool | Fotos y producción: Juma Lamacchia

Escondida detrás de un sillón de su casa, una de las más lujosas de San Miguel de Tucumán. Es de tarde, es invierno, es 1938. En la habitación están el médico de la familia y María Rosa Colombres de Iriarte, la mujer de la casa. También está Martita, de 6 años, pero nadie lo sabe. Hay silencio en la habitación mientras el profesional escribe en un papel, acaba de revisar a la niña que ahora está escondida a unos centímetros y no ve. Tras días de fiebre, confirmaron que se trataba de fiebre amarilla y hay en el ambiente un clima pesado. Pero entonces el hombre consulta, al pasar, con el descuido de quien no sabe, de quien no intuye, los antecedentes de salud en la familia. María Rosa Colombres de Iriarte, habla y dice «Martita no es hija nuestra, doctor». Detrás del sillón, el mundo de la niña se paraliza. 

En Argentina, la primera ley de adopción llegó el 15 de septiembre de 1948, durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón. Es decir, cuando Martita tenía 16 años. Hasta el momento, prácticas tales como la cesión o entrega de menores de edad se hacía a través de instituciones de beneficencia o de manera aún más informal. 

Incluso el debate por la legislación de este proceso llegó a la dirigencia política por una cuestión extraordinaria: el terremoto de San Juan de 1944, una de las catástrofes naturales más duras de nuestro país. El sismo -que se registró el 15 de enero unos minutos antes de las 21 horas- destruyó el 80% de la Ciudad de San Juan y dejó alrededor de 10 mil muertos. Muchos de los fallecidos nunca fueron encontrados. Entre los sobrevivientes, había niños y niñas. Cerca de mil. Todos quedaron huérfanos en cuestión de segundos.

Documentación de la época señala que la Secretaría de Trabajo y Previsión recibió, pocos meses después  del  hecho,  cerca  de  10  mil  solicitudes  de  adopción, las cuales fueron remitidas  al  patronato  de  menores  que  centralizó  los  pedidos. La necesidad de que el Estado tome participación activa de este proceso quedó en evidencia y los debates se aceleraron en las cámaras legislativas. Uno de los eventos más destructivos de la historia nacional terminó siendo la base fundacional de la construcción de un nuevo concepto de familia. 

ley de adopción. La historia de Martha Iriarte de Quinteros
San Juan. Terremoto 15 de enero de 1944. La ciudad quedó en ruinas y su gente en la calle

«La primera ley es pensada a partir de una mirada de orden social, de la necesidad de ubicar personas que habían quedado, a los ojos de todos, sin familia», señaló a BACAP, la doctora Clara Alejandra Obligado, jueza del Tribunal de Familia N° 5.

«Con los años, esta ley sufrió grandes modificaciones en pos de mejorar la adopción como proceso, llegando a la actualidad, donde se aborda la adopción como institución para crear vínculos familiares entre un niño o niña que necesita vivir en familia. La construcción adoptiva nace a partir del derecho de ese niño de construir una familia y no desde la mirada adulta, que era lo que ocurría en la ley de 1948, que ponderaba también la necesidad de una pareja, dos adultos, de tener un hijo o una hija».

Estamos en pleno centro de La Plata, provincia de Buenos Aires. Es de tarde, es invierno, es 2022. La diagonal está repleta de negocios que ya cierran las últimas ventas del día. Entre local y local, una puerta pasa desapercibida. Ahí frenamos, tocamos timbre, esperamos. La puerta la abre Adriana, la hija más grande de Martha Iriarte de Quinteros, que invita a BACAP a pasar. Después de la puerta solo hay una escalera empinada. Subimos. 

La casa es grande y laberíntica. Hay varias puertas y pasillos que no hacen más que despertar la curiosidad del que la visita. ¿Qué hay detrás? ¿A dónde lleva ese pasillo? ¿Cuántas personas viven acá? Nosotros, visitantes, seguimos el camino habilitado por las puertas abiertas y llegamos al living, donde un par de ojos no son suficientes. 

La casa de Martha, Martita -como la llaman quienes la conocen, pese a que en diciembre cumple 90 años-, tiene todo lo que una casa de abuela tiene que tener. Hay cuadros, muchos, en todas las paredes. Algunos son fotos enmarcadas; otros, paisajes. Hay vitrinas que a diferencia de otros muebles, no guardan cosas, las exponen. Dos sillones de tres cuerpos situados uno al lado del otro y una butaca. Hay una mesa de madera, pero de madera en serio, porque todo en esa casa grita historia. 

Como la protagonista de su propia obra de teatro, Martita hace su entrada por una puerta distinta de la que habíamos entrado nosotros. De labios y sweater rojos, que combinan espectacular con su pelo corto gris opaco, nos da la bienvenida. «¿Quieren un café? Hay sanguchitos también. Gracias por venir»

ley de adopción. La historia de Martha Iriarte de Quinteros
Martita mano a mano con Bacap.

La historia de Martita tiene un inicio y se sitúa en Salta capital, el 20 de diciembre de 1932. Fue la más chica de seis hermanos (dos varones y otras tres mujeres) y la que menos recuerdos tiene de esa familia. Su mamá, María Clemencia López García, falleció cuando ella tenía dos meses y su padre, Francisco Javier Iriarte, decidió que no podía hacerse cargo de la crianza de sus hijos y los repartió entre otros integrantes de la familia.

Martita fue a Tucumán, a la casa de su tío, Ricardo Iriarte, quien no tenía hijos. Ricardo había contraído matrimonio con María Rosa Colombres, una mujer perteneciente a la alta sociedad tucumana. Basta con googlear el apellido para tomar dimensión del mismo: todo inicia con el obispo José Eusebio Colombres, quien fuera congresal en 1816 por Catamarca en el Congreso de Tucumán, participando en la declaración de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El árbol genealógico luego se amplía, se diversifica, adquiere otros parentescos, pero en el camino hay bodegas, ingenios azucareros, poder. También secretos o, al menos, silencios. 

ley de adopción. La historia de Martha Iriarte de Quinteros
Recorte del diario anunciando el casamiento entre Ricardo y María Rosa.

Es que esa tarde de invierno, de 1938, escondida detrás del sillón, no fue la única vez que Martita escuchó la verdad. A los 12, caminando por las calles de Tucumán con su mamá, una vecina las detuvo para elogiar la belleza de la niña.

«Viste qué linda que es mi hija, dijo mi mamá, y la otra mujer le contestó que sí, que era linda, pero que yo no era su hija. Me quedé helada. Pensé, si no era hija de ella, ¿quién era mi mamá? Quizás la cocinera». Martha cuenta que dudó, pero nunca preguntó. Ni a los 6 años ni a los 12. «Me enteré de grande, cuando tuve que hacer los documentos y legalizar la adopción. Ahí supe quién era mi mamá, mi mamá biológica», aclara. 

«Era un fenómeno que pasaba en Argentina. Si bien a fines del 48 ya existía el proceso de adopción, no se decía. Quizás toda la familia lo sabía, menos la persona adoptada. Hay muchos casos de personas hoy adultas que se enteran de esta situación y, aún así, no consiguen conocer toda la verdad», señala a BACAP la jueza Obligado. Actualmente la ley obliga a los adoptantes a decir la verdad sobre el origen biológico del adoptado, entendiendo esto como la garantía de otro derecho: el de la real identidad. 

El silencio en la familia Iriarte-Colombres parecía ser la mejor opción para evitar preguntas en una época en la que las apariencias eran primordiales. Una familia de renombre, una pareja que siempre quiso tener hijos y por algún motivo no pudo, una sobrina que llegaba con tan solo dos meses de vida. Todo encajaba y lo que no, no se iba a contar. 

La infancia y adolescencia de Martita fue muy glamorosa. Una casa enorme, más de diez habitaciones y varios baños. Ella asegura haber sido siempre consciente de que su apellido, al menos el de su madre, inspiraba respeto en la sociedad de ese entonces.

En su adolescencia, incluso, participó de bailes de presentación en sociedad, en donde las jóvenes hijas de las familias aristocráticas eran las protagonistas, así como el deseo de esos padres de casarlas con hombres de la misma clase social. De esta época, Martita conserva una foto que expone en el living de su casa y en donde se la puede ver junto a una amiga y dos jóvenes elegantes. «Uno era un noviecito mío de ese entonces», dice al pasar. Miro la foto y de algo estoy segura: esa foto está ahí, a la vista de todos, no por el recuerdo, sino porque ella está hermosa, en un capítulo glamoroso de la obra de teatro que es su vida.

Martita en el baile de presentación en sociedad.

También hay otros recuerdos en la casa. Algunos, incluso, de interés nacional. En una de las vitrinas, donde abundan abanicos de diferentes lugares del mundo y estatuillas varias, se destaca un porta pluma de porcelana. En su tapa, el escudo nacional. «Esto es del día en el que se firmó la independencia».

Martita también asegura que uno de los dos sillones que hay en su living, el continuo al que estamos nosotros sentados, también sostuvo el cuerpo de personalidades como Facundo Quiroga y Lamadrid. «Aquí ellos se estrecharon un abrazo», asegura. 

Lo cierto es que poco antes de llegar a sus 20, la bonanza familiar -al menos la vinculada a su rama del inmenso árbol genealógico- empezó a disminuir, pero aún algo más extraordinario estaba destinado a pasarle a Martita: la promulgación de la primera ley de Adopción en Argentina le iba a permitir ser una de las primeras en el país en legalizar su proceso de adopción.

Así, en 1951, con 19 años y a 3 de promulgada la ley en Buenos Aires, Martita recuerda haber acudido a la Justicia con sus padres, la firma de papeles y la verdad: de la boca de los padres que la criaron escuchó los nombres de quienes la engendraron. También se enteró que sus primos, a quienes veía de vez en cuando, sobre todo cuando familiares venían de visita, eran en realidad sus hermanos mayores. El trato con ellos fue escaso, casi nulo. 

Al poco tiempo, su padre decide abandonar a su familia. Dos padres, dos abandonos. Fue ahí que Martita comenzó a trabajar como maestra.

Cerca de sus treinta, viajó a Copacabana, Brasil, con una amiga. Allí, en un hotel, conoció a Rodolfo Quinteros, doctor en Ciencias Médicas oriundo de La Plata que se enamoró profundamente de ella. Sobre ese momento, Martita también tiene un recuerdo: una foto donde se la ve en una costanera, apoyada a un muro bajo. Ahí también se confirmaba su belleza fuera de lo común.

Lo que le siguió a ese encuentro fueron dos hijos y un matrimonio de más de 40 años marcado por el amor. Los viajes también fueron moneda corriente. Reconocido profesional en el campo de la genética, Rodolfo Quinteros recorrió el mundo participando de conferencias. Con él, siempre y sin excepción, viajaba Martita. «Él siempre decía que si no podía ir conmigo, no iba». Rodolfo falleció en 2002, en La Plata. 

Martita vuelve al presente y, en el living de su casa en La Plata, asegura: «Mi vida mejor no puede ser. Mi marido me dejó a mis dos hijos Adrianita y a Rodolfo, que son un tesoro de persona. Vivo para ellos. No me puedo quejar de nada. Tengo una vida hermosa, unos hijos hermosos, unos nietos hermosos».

Hacia el final de la charla con BACAP, Martita también reflexiona sobre la adopción y arriesga un consejo. «Que los chicos siempre sepan la verdad porque si tienen buenos padres, igual van a vivir felices. La adopción es algo importante porque si no esos niños, que están solos, ¿a dónde van? Que vayan a parar a un buen hogar, se van a sentir muy cobijados con quienes serán sus padres».

A trescientos setenta kilómetros, la jueza Alejandra Obligado apunta la misma reflexión. «Tanto Martita, a sus 90 años, como el bebé de 11 meses que hoy, en 2022, estamos iniciando un proceso de adopción, tienen la misma conclusión en su historia: el derecho a la construcción de una familia».

Para intentar entender realidades propias y ajenas, el periodismo tiene una técnica esencial: hacer preguntas. En ésta y otras historias similares hay varias. ¿Qué es la familia? ¿Ser padre o madre? ¿Qué implica la identidad para nuestras vidas? Las respuestas, para muchos, son fáciles, y la historia de Martita lo respalda. Que la familia se construye y trasciende los lazos de sangre, que ser padre o madre, en la noción más humana del término, nada tiene que ver con lo que diga un ADN y que la identidad, como decía un cartel que leí de chica, no es casualidad que rime con Verdad y Libertad. No hay nada más libre que saber quiénes somos.

Pero también surgen otras preguntas: ¿Cómo es crecer sin familia? ¿A quién acuden los que no tienen ese refugio? ¿Y cuando tienen miedo? ¿Tendrán miedo? ¿Quiénes somos si no sabemos de dónde venimos? ¿Qué sería de mí si no supiera de dónde viene este pelo ondulado, estos pies de miniatura, estas migrañas periódicas? ¿Sería yo?

Martita se levanta del sillón y camina despacio pero con gracia hacia la mesa, donde ya están servidos los sanguchitos que ofreció desde el inicio, masitas dulces para empachar a cualquiera y cuatro tazas de café. Ella se sienta a la mesa y sonríe, agarra su taza, ofrece e insiste que comamos algo. Se arregla el pelo pasándose las delgadas manos por la cabeza, a apenas unos centímetros, verificando que todo esté en su lugar, bebe un sorbo, mira alrededor y dice que la vida le dio una familia hermosa, unos hijos hermosos, unos nietos hermosos, pero ¿ustedes no comen? tomá comé un sanguchito. Absolutamente todos en la mesa obedecemos. 

Si querés conocer más sobre el proceso de adopción ingresá al Registro Central de Aspirantes a Guardas con fines de Adopción de la Provincia de Buenos Aires.

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