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marzo 19, 2024
Lo de Acá

Animal, ventana a una Mar del Plata gris

Una invitación abierta a descubrir a Mar del Plata a través del cine, con los anteojos (de sol) que directores y actores usaron para retratarla. Bienvenidos.

Por Remigio González 

Así, si si, tal cual como la conocés. Tiene sus acantilados, balnearios, costas, dunas, escolleras, y me queda todo un abecedario por delante. Pero es claro, no tiene mucho sentido hablar así de una ciudad que existe gracias a que cambia. Mar del Plata es turismo, con gente que viene y va; Mar del Plata es el puerto, con barcos que vienen y van. Mar del Plata es, entonces, muchas. Como todas las ciudades, es hija de su época pero, como pocas, Mardel cambia de época cada 3 ó 4 temporadas. Esta es una invitación abierta a descubrirla a través del cine, con los anteojos (de sol) que directores y actores usaron para retratarla. Bienvenidos. 

Aunque no haya leyes en esta misión, pienso atinado empezar con la representación más actual de la ciudad costera. Animal se estrenó en 2018, un año muy prolífico para el cine nacional. Fue tal vez esa fuerte competencia local lo que opacó su despegue que, si bien fue muy bien recibido en inmediaciones a su estreno, fue cayendo cada vez más rápido en el olvido. 

Con las reseñas pasó lo mismo: Fue alabada, incluso comparada con El secreto de sus ojos y Relatos salvajes; fue despreciada, culpando a un guión agujereado y algo directo; y también fue, largamente ignorada. Las críticas se convirtieron en un semáforo con todas las luces prendidas, que confunden más que lo que orientan. No obstante, a tanta duda le corresponde una certeza: la forma en que el director Armando Bó (júnior, no padre ni abuelo) retrata a Mar del Plata es brillante. La fotografía es brillante. Los planos secuencia de casi 7 minutos diseminados por toda la película son brillantes. Es una pulseada entre un guión cuestionable y un acabado artístico de altísima categoría.

Antonio Decoud, magistralmente interpretado por Guillermo Francella, tiene una vida perfecta, llena de abundancia, trabajos bien remunerados y amor familiar. Hasta que ya no más. De una escena a otra, un riñón falla: es necesario conseguir donante. Y no es fácil. Parece un trabajo de premonición o de cálculo quirúrgico que la película se haya estrenado el mismo año (y con pocos meses de diferencia) en que se aprobó la Ley Justina: un film diseñado para cuestionar la burocracia y lentitud de un sistema que se vería enormemente beneficiado de una ley semejante. 

Pero no venimos aquí a sumar una reseña más a los abultados resultados de Google. Es altamente conveniente que la factura técnica del film sea impecable, porque nos deja ver con claridad lo que estábamos buscando: una postal de Mar del Plata a 24 cuadros por segundo.

El frío invierno

Desde que tengo memoria que todos mi veranos los paso en La Feliz. Hay playa, hay sol, hay fiestas, hay familia. Como dije, hay también verano, y no es para menos, porque fue grande mi sorpresa la primera vez que fui a Mardel en invierno. Es otra. Es una más de muchas más. El tono naranja cálido que tienen las tardes estivales se vuelve azul y frío en invierno. Y esa es, en parte, la Mar del Plata que vemos en Animal. Más que azul es una ciudad gris, donde predominan las escenas nubladas. La lluvia aparece, siempre, para acentuar los momentos de máxima tensión. Incluso en planos donde el sol se ve de frente, se corrige el color para que ese sol no caliente nada: el imperativo categórico opuesto a lo que se supone que Mardel es. 

Los roles protagónicos, sin embargo, no son solo de los actores. Muchos escenarios clásicos de la arquitectura marplatense se roban, en más de una ocasión, la atención completa del que ve. Armando Bó, con la maestría de la dirección en la sangre, transforma el INIDEP en un hospital solo con el agregado de la señalética y ambulancias correspondientes. En otra aparición estelar de escenografía costera, el Club de Pesca (o como lo diría mi niño interior: el restaurante flotante) aloja una de las escenas más importantes de la película: cuando Antonio conoce por primera vez a su posible donante. En el mismo sentido, aunque de forma más sombría, el ex Chateau Frontenac Hotel (que hoy es ex todo, porque está más que abandonado) hace a veces de casa tomada, y es donde viven los ¿antagonistas? de la historia. Aparece, también, el Casino Central en una toma continua de casi cinco minutos, la cual sigo pensando y repensando cómo es que se ejecutó tal secuencia. 

La ciudad que vemos en la producción de Bó y compañía es el lado B de La Feliz: Las nubes y la lluvia reemplazan al sol naranja veraniego; los paraguas suplen a las sombrillas y a los turistas de tierras lejanas los reemplazan los sin techos con dudosas intenciones. Armando dibuja una Mar del Plata a gusto y piacere, porque necesita ese contraste para contar una historia difícil, lúgubre, angustiosa. Los matices de los que esta ciudad es susceptible invitan a directores y artistas a retratarla para siempre, cada uno a su manera, moldeándola como haga falta. 

Hay una locación más a destacar, mucho más cercana a mi corazón que a cualquier folleto turístico. Durante unos breves segundos es posible ver la fachada del Commodore, un antiguo edificio frente al Club Golf, hogar de mis veranos y de mi nonna. Ella me contó que se rodaron algunas escenas en su propio departamento, filmando desde la calle hacia la ventana del primer piso: tomas que no sobrevivieron a la edición final. También conoció a Carla Peterson, y charlaron brevemente sobre fotos, nietos, películas y, posiblemente, sobre Mar del Plata, la ciudad que cuando creemos conocerla, siempre cambia de piel.

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