Como hijo de Amor Seijo, un destacado artesano de la construcción que dedicó su vida a la restauración de edificios patrimoniales, me siento especialmente conectado con el legado arquitectónico de Mar del Plata. Para este relato, he elegido como ejemplo la Iglesia Catedral, un ícono de la ciudad y pieza fundamental de su patrimonio cultural.
Por Arq Claudio Seijo
En este relato, quiero compartir mis vivencias como testigo y partícipe de la restauración de la Catedral de Mar del Plata, una obra emblemática de la ciudad y un proyecto que marcó profundamente mi vida. A través de anécdotas y recuerdos personales, pretendo rendir homenaje a mi ciudad natal y a mi padre, Amor Seijo, un artesano de la construcción que dedicó su vida a preservar el patrimonio arquitectónico de Mar del Plata.
En la década de 1970, la Catedral de Mar del Plata presentaba signos evidentes de deterioro. La torre principal, en particular, sufría graves daños debido a la acumulación de guano de paloma y la erosión de las placas de cobre que revestían la cubierta. Ante esta situación, el padre Bustinza, párroco de la Catedral, tomó la iniciativa de iniciar un proyecto de restauración integral del edificio.
Mi participación en la obra
Como hijo de Amor Seijo, un reconocido artesano de la construcción con amplia experiencia en restauración de edificios patrimoniales, tuve la oportunidad de participar activamente en este proyecto. En mis primeros años de estudiante de arquitectura, trabajé junto a mi padre en la reparación de la torre lateral izquierda.
La restauración de la torre central, sin embargo, representaba un desafío mucho mayor. La altura considerable de la torre, su estructura neogótica y la necesidad de mantener el templo en funcionamiento durante las obras exigían soluciones creativas e ingeniosas.
La idea de mi padre: un andamio envolvente en voladizo
Para enfrentar este desafío, mi padre, Amor Seijo, ideó un sistema de andamio envolvente en voladizo. Este diseño innovador permitía realizar las tareas de restauración sin afectar el funcionamiento normal de la Catedral. Para ello, se inspiró en las técnicas constructivas empleadas por Filipo Brunelleschi en la Catedral de Florencia, un conocimiento que adquirí durante mis estudios de arquitectura.
El proyecto de mi padre fue presentado a una comisión de profesionales integrada por arquitectos e ingenieros, quienes lo aprobaron con gran entusiasmo. La confianza en la experiencia y el prestigio de mi padre fue fundamental para la aprobación del proyecto.
Anécdotas del trabajo:
Durante las obras, se vivieron momentos de gran tensión y adrenalina. Recuerdo en particular una anécdota con José Dátalo, un compañero de trabajo de mi padre. Mientras colocaban pizarras a setenta metros de altura, José le preguntó a mi padre por qué utilizaba cuatro clavos de cobre en lugar de dos, ya que nadie los vería. La respuesta de mi padre fue contundente: «lo que no se ve también se ve«. Esta frase, que reflejaba la ética y el compromiso de mi padre con su oficio, se convirtió en una lección de vida para mí.
La prueba de fuego: un huracán en Mar del Plata
Poco tiempo después de finalizar la restauración de la torre central, un fuerte huracán azotó Mar del Plata. La tormenta causó estragos en la ciudad, destruyendo marquesinas y árboles en las inmediaciones de la Catedral. Sin embargo, la torre principal resistió el embate del viento y la lluvia sin sufrir ningún daño. Este hecho puso de manifiesto la solidez del trabajo realizado.
La restauración de la Catedral de Mar del Plata fue una experiencia enriquecedora que me permitió aprender de mi padre, no solo en el ámbito profesional sino también en el personal. Su compromiso con la calidad, su ética de trabajo y su pasión por la artesanía me inspiraron profundamente y me marcaron para siempre. A través de este relato, quiero rendir homenaje a mi padre y a su legado, y a la vez celebrar la belleza y el valor patrimonial de la Catedral de Mar del Plata.