Por Nino Ramella
Cuando nací ya había llegado a mi ciudad María Wernicke y por eso estoy seguro de que yo conozco una sola Mar del Plata…esa que ella ya había cambiado. Es que María tenía un don muy particular: dar un sentido nuevo a todo aquello que su palabra señalaba. Lo insignificante se volvía existencial y aquello que sacralizábamos de pronto era descarte. Algo así como si la ley de gravedad invirtiera su atracción… a pesar de Newton.
A su lado todo se volvía genuino. La estupidez se desnudaba y lo desapercibido cobraba presencia. Suavemente todos cambiábamos con sus palabras. ¿Acaso La avenida de los tilos no fue su creación? Y no hablo del tema que compuso. Hablo de una calle que cobró una vida que antes no tenía.
Una María llena de historias
María Wernicke, aquella María de la que escuchaba de chico en casa de mis tíos en Necochea y que luego reapareció en mi vida como una inagotable gota de miel que hacía que viéramos el mundo como esa tromba sensual que nos envuelve hasta consumirnos enriqueció la vida de todos quienes tuvimos el privilegio de conocerla.
Sólo estar a su lado era un deleite del que nadie en la vida debería haberse privado. Junto a María uno sentía que las cosas se ponían en su lugar. Que era absurdo el remordimiento por lo banal y que valía la pena gozar de la vida con aquellas cosas a las que no damos importancia. ¿Qué tenía María para que con su tono de voz y la originalidad de una palabra convirtiera un objeto insignificante en el aleph del universo? ¿Qué tiene María que todavía hoy lo logra?
Además era divertida y no podíamos menos que reír a cada rato junto a ella. Sus proverbiales distracciones y metidas de pata son memorables y razón de complicidad hasta que se convertía en anécdota para evocar siempre.
-¡Qué divertido tu papá!
-No es mi papá. Es mi marido.
No conocí a alguien que no claudicara a su personalidad, ni a sus poéticos textos. Todo en ella cobraba un sentido distinto. Un árbol podía ser música, la tristeza dulzura y el amor carnal un momento sublime coronado por un collar de besos y harina. Atesoro sus regalos, sus cartas, y últimamente sus emails como si fueran testimonios de la suerte que tuve en la vida. Pero nada de eso nos devolverá a esa María que aunque hubiera muerto a los doscientos años siempre hubiera sido una partida prematura . Quisiera decir que una sonrisa acompaña su recuerdo. No se puede. No tengo su talento ni su hondura. Fusilado de tristeza todavía hoy, como los tilos a los que María cantó, no tengo manera de no ser un llorón.
Y ya que menciono duelos imposibles me acuerdo que fue María quien leyó mis palabras cuando al mes de la muerte de Juan Carlos “Cachi” García Reig plantamos un gingko biloba en Villa Victoria.
Pero qué absurdo atrevimiento llenar un texto con mis palabras teniendo a mano las de María. Entre papeles y libros encontré unas hojas que me mandó alguna vez con letras de canciones. Son todas maravillosas. Por eso para cerrar estas líneas nada mejor que su pluma y hablando de la ciudad…acaso la misma que en este libro evocamos.
AY MI CIUDAD, MI CIUDAD.
VOY A INVENTARTE UNA PLAZA
Y LA VOY A INAUGURAR.
EN EL MEDIO DE LA PLAZA
EL MONUMENTO
DE ALGUIEN QUE TENGA CARA
DE ESTAR CONTENTO.
Y ARRIBA DEL TOBOGÁN
UN GERENTE JUBILADO,
QUE ADEMÁS DE JUBILADO
ESTÉ MUY ENAMORADO.
Y EN ESTA PLAZA NO HAY
GUARDIÁN.
AY MI CIUDAD, MI CIUDAD
Y EN EL BORDE DE LA PLAZA CIEN BANCOS OSCURECIDOS.
ASÍ NO PUEDE SABERSE QUIÉN ES NOVIO Y QUIÉN MARIDO.
Y EN EL SUBE Y BAJA, VAN, LOS DOS AMANTES.
PARA QUE PUEDAN QUERERSE SIN OCULTARSE.
Y EN ESTA PLAZA NO HAY
GUARDIÁN.
AY MI CIUDAD, MI CIUDAD…
Y NADIE VIGILA A NADIE
PORQUE NO HAY NADIE CAPAZ
DE TENER LA MALA IDEA
DE VIGILAR.
AY MI CIUDAD, MI CIUDAD…
SI PUDIERA SER VERDAD.
AY MI CIUDAD, MI CIUDAD…