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abril 26, 2024
Luis Federico Leloir
Lo de Acá

El legado de Leloir para la investigación científica en Mar del Plata

El científico argentino ganador del Premio Nobel de Química en 1970 creó, con parte del dinero recibido por la distinción, la Fundación para Investigaciones Biológicas Aplicadas (FIBA) de Mar del Plata, una institución pionera para la ciencia en la ciudad.

 

Por Agustín Casa

Mar del Plata suele estar ausente en las reseñas sobre Luis Federico Leloir, uno de los científicos más importantes de la historia argentina y ganador del Premio Nobel de Química en 1970.

Quizás el recuerdo que más trascendió de su paso por la ciudad sea una simple pero entretenida anécdota. La historia cuenta que, durante un almuerzo en el Golf Club Mar del Plata, Leloir inventó la salsa golf (al mezclar mayonesa y ketchup), un aderezo que aún se consume casi un siglo después.

Pero el vínculo de Leloir con Mar del Plata es mucho más estrecho que esa anécdota. Veraneó junto a su familia en Mar del Plata a principios del siglo XX, cuando las élites porteñas se instalaban tres meses en la ciudad.

El chalet de Hortensia Aguirre de Leloir (madre de Luis), donde vacacionaba con su familia, sigue en pie por la calle Pellegrini (entre Garay y Rawson), a pocas cuadras del mar. El chalet se levantó en 1912 y es de estilo pintoresquista inglés. Allí funciona hoy el Ocean Club de Mar del Plata. La familia también tenía campos en la zona de Chapadmalal y de Balcarce.

El lazo del investigador con la ciudad es aún más robusto en el ámbito científico, ya que Leloir dejó un legado valiosísimo para la investigación científica en Mar del Plata y la región. Es más, su papel fue clave para la profesionalización de la carrera de investigador científico en la ciudad y su aporte fue esencial para la formación de los primeros investigadores e investigadoras.

Inauguración FIBA en Mar del Plata
Inauguración de los laboratorios del IIB y del Centro de Investigaciones Biológicas de FIBA en la UNMDP, con la participación de Leloir, el 19 de marzo de 1981. Foto: FIBA.

 

Premio Nobel de Química

Luis Federico Leloir fue reconocido en 1970 con el Premio Nobel de Química, distinción que entrega cada año la Real Academia Sueca de Ciencias.

El científico argentino -quien nació en París en 1906 y a los dos años se radicó con su familia en nuestro país- se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la UBA, donde también se doctoró en el Instituto de Fisiología. Su director de tesis fue Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947.

Leloir recibió el Nobel en 1970 “por sus investigaciones que permitieron aclarar cómo se metabolizan los azúcares en el organismo, más precisamente, el mecanismo de biosíntesis del glucógeno y del almidón, polisacáridos de reserva energética de los mamíferos y las plantas”, como indica el sitio web de la FIBA.

Leloir Premio Nobel
Luis Federico Leloir (izq.) y el Rey Gustavo de Suecia en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Química de 1970. Foto: Agencia CyTA-Leloir.

Leloir, uno de los fundadores de la FIBA

En 1979, Leloir fue uno de los creadores, junto a Horacio Pontis y otros científicos, de la Fundación para Investigaciones Biológicas Aplicadas (FIBA), una institución privada de bien público.

¿Cómo llegó esta institución a Mar del Plata? Leloir lideraba un grupo de científicos y empresarios que buscaban conservar el patrimonio del Departamento de Biología de la Fundación Bariloche -funcionaba en el Llao Llao en la ciudad de Bariloche-, que cerró en 1976 para evitar su intervención durante la última dictadura cívico-militar.

Horacio Pontis, creador del Departamento de Biología de esa fundación, y otros colegas decidieron embalar el equipamiento, la biblioteca, el mobiliario y hasta materiales de investigación. Los investigadores dejaron de pertenecer a esa fundación y esos objetos fueron trasladados a Buenos Aires a la espera de un nuevo uso.

“Nos fuimos al exterior y unos años después le avisaron a Leloir -él estaba en Argentina, nosotros en el exterior- que querían vender esas cosas. Y a él se le ocurrió una brillante idea: ´Si nosotros abrimos los paquetes, permitimos que algo que puede volverse a instalar en otro lugar, se pueda perder´”, cuenta a Bacap Graciela Salerno, doctora en Ciencias Químicas, vicepresidenta de la FIBA e investigadora superior ad-honorem del CONICET.

Así fue que propuso crear la FIBA y destinar parte del dinero que recibió al obtener el Premio Nobel de Química en 1970. Compraron el mobiliario y el equipamiento a la Fundación Bariloche y pusieron en marcha la fundación con la firma del acta en la casa que tenía Leloir en el barrio de Recoleta.

En la conformación de esta nueva fundación, Leloir estuvo acompañado de investigadores como Horacio Pontis, Jorge Comín, Alejandro Paladini y Ranwell Caputto, y de otros científicos con vínculos empresariales, como Eduardo Braun Cantilo, Nicolás Schopflocher y Javier Gamboa.

Tras la creación de la organización comenzó a debatirse dónde iban a instalar la FIBA. Si bien tuvieron ofertas de distintas ciudades (Salta, Tandil y Balcarce), eligieron Mar del Plata.
“Hay un acta posterior que dice que se eligió Mar del Plata porque tiene una universidad joven, no tenía investigación y no estaba en Buenos Aires. Era condición que no estuviera en Buenos Aires y que estuviera emplazada entre el mar y el campo, las dos fuentes de riquezas de la Argentina. Investigar en esas áreas era la idea. Por eso se elige Mar del Plata”, relata Salerno.

Leloir en Mar del Plata
Leloir en un Congreso de la ALACF realizado en Mar del Plata en 1966. Foto: IBYME.

En 1979, con la fundación de la FIBA, se creó en Mar del Plata el Centro de Investigaciones Biológicas. Dos años después, en 1981, la FIBA firmó un convenio con la Universidad Nacional de Mar del Plata. La primera sede estuvo en el complejo universitario, arriba de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Fue inaugurada el 19 de marzo de 1981. En ese lugar, instalado por la universidad y equipado totalmente por la FIBA, funcionaron superpuestos el Instituto de Investigaciones Biológicas (IIB) de la universidad y el Centro de Investigaciones Biológicas de la FIBA, bajo la dirección de Horacio Pontis. En la actualidad, el IIB continúa sus actividades en ese mismo espacio, mientras que la FIBA tiene sus laboratorios en su sede de Vieytes y Catamarca.

En aquellos momentos no había profesionales doctorados en la ciudad. En ese marco, Horacio Pontis y otros referentes de la FIBA impulsaron una serie de medidas que serían la piedra fundacional para el establecimiento de la investigación científica en el área de la bioquímica y biología funcional (de reconocimiento internacional) en Mar del Plata.

Primero, propusieron que la carrera de Biología tuviera profesores que hubieran completado estudios de doctorado. En segundo lugar, implementaron en la carrera de Biología la realización de una Tesis de Licenciatura y promovieron que investigadores formados las dirigieran. Y a partir de ello, luego se creó el Doctorado en Ciencias.

“Cuando se inauguró en el 81, empezamos a trabajar al día siguiente. No tuvimos que esperar, ya que contábamos con los equipos, los materiales de mesada y los reactivos. Estaba todo. Y los docentes y jóvenes investigadores se fueron incorporando siguiendo los criterios de Pontis, porque no había concursos aún. Pontis convocó a biólogos, químicos y bioquímicos con formación doctoral de La Plata, Córdoba, Tucumán, Buenos Aires y desde el exterior”, recuerda Salerno.

Leloir y familia
Leloir, su yerno y familia Méndez en el Ocean Club de Mar del Plata en 1982. Foto: Notables de la Ciencia del CONICET.

El legado de Leloir en Mar del Plata

Es muy simbólico y un hecho no tan conocido que Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química en 1970, donó parte del dinero de esa distinción para la fundación de la FIBA, que se instaló en Mar del Plata y, de esa manera, plantó la semilla de la investigación científica en la ciudad, la misma que Leloir conocía de los veranos de su juventud.

“Nosotros lo llamamos el legado de Leloir en Mar del Plata”, comenta Salerno. La vicepresidenta de la FIBA cuenta que en 2023 recibieron un subsidio de la Fundación Williams y de la Fundación Bunge & Born, que se llama “Desempolvando archivos”, a través del cual buscarán visibilizar el legado de Leloir en la ciudad y dar a conocer esta parte de la historia de la ciencia en Argentina.

Leloir fue uno de los jurados de la tesis de Salerno presentada en la UBA. Ella lo conoció por su marido, Horacio Pontis, quien fue su becario posdoctoral a principios de la década del 50 en la Fundación Campomar y desde entonces entablaron una gran amistad.

A Leloir le gustaba pasar tiempo en su campo de El Vulcano, en cercanías de Balcarce. Allí la familia Leloir tenía una estancia, en una zona serrana. “Solíamos ir a recolectar helechos ahí arriba en la primera época de investigación del laboratorio en el complejo de Funes, y tenían otra estancia que había donado Campomar en la zona de Miramar. Solíamos ir ahí a hacer los asados de los cursos de posgrado de la fundación”, recuerda.

Leloir presidió la institución entre 1979 y 1987. “Fue su primer presidente y murió en 1987 siendo presidente de FIBA. Implicó un cambio en la investigación. La ciencia pasó a ser protagonista en Mar del Plata, y no un lugar para hacer congresos, sino un lugar de generación de conocimiento dentro del marco de la universidad. Se impulsó desde sus propios laboratorios”, asegura.

Gracias al impulso de la FIBA se creó el doctorado en Ciencias (orientación Biología) en Mar del Plata. Salerno afirma que esa carrera de posgrado “tuvo la más alta calificación cuando fue categorizada, porque venía con una estructura de investigadores generada por este arranque de Leloir”.

Cuatro décadas más tarde se puede ver el fruto de ese trabajo en una ciudad con un sistema científico que cuenta con miles de investigadores e investigadoras -y becarios y becarias de investigación- del CONICET, de la UNMDP, de la CIC de la provincia de Buenos Aires y de otros organismos científicos.

Para Salerno, el legado de Leloir en Mar del Plata es el “compromiso con el entorno social y cultural, un fuerte compromiso porque hablamos del mar y del campo”.

La mirada de un Premio Nobel

Salerno sostiene que Leloir fue un precursor en el concepto de las investigaciones aplicadas, ya que al crear FIBA se estableció como objetivo que la ciencia le devuelva algo a la sociedad y aporte soluciones a algunos de sus problemas.

En este sentido, desde la década de 1990 FIBA coordinó talleres con productores y científicos, capacitaciones que fueron pioneras en ciencia y tecnología de avanzada para el agro, para estudios en el mar Argentino y para la generación de emprendimientos y consorcios productivos.

Salerno recuerda una anécdota que solía contar Pontis sobre Leloir. “Decía que un buen investigador debía compararse con un jugador de polo. Él decía que el buen jugador de polo no va detrás de la pelota, sino que se mueve a donde la pelota va a ir dos jugadas después, por lo menos. En ciencia, hay que hacer lo mismo. No hay que pensar proyectos en temas que están de moda. Decía: pensemos lo que va a venir después, qué hace falta desarrollar”, señala.

Leloir continuó ejerciendo el cargo de presidente de FIBA hasta el día de su muerte, el 2 de diciembre de 1987. Salerno lo vio el día anterior en la Fundación Campomar, en Parque Centenario, para firmar un acta de la fundación. Y fue Ricardo Wolosiuk, discípulo de Pontis que trabajaba en Campomar, quien la llamó por teléfono para contarle la noticia.

Leloir jugando al polo
Leloir (a la izquierda) en un encuentro de polo. Foto: Notables de la Ciencia del CONICET.

El rol de FIBA en el ecosistema científico

Desde sus comienzos, FIBA intentó generar vínculos entre la academia y el sector privado. Desde principios de los 80, la institución se especializó en biotecnología vegetal, campo que impulsa hasta nuestros días. Y logró acuerdos con empresas para la investigación y desarrollo de ciencia aplicada al agro. Los primeros proyectos de investigación aplicada en convenio con empresas los iniciaron en 1985, para desarrollar la biología molecular vegetal. Además, FIBA gestionó la primera patente biotecnológica en Argentina en 1998 junto a Luis Herrera Estrella, prestigioso científico mexicano.

En 1987, la fundación adquirió un terreno en la ruta 88, donde construyó un complejo educativo y de investigación científica. Dos años más tarde, el Centro de Investigaciones Biológicas de FIBA que funcionaba en el complejo universitario se mudó a otra sede y en 1993 se instaló definitivamente en el edificio de Vieytes y Catamarca, donde funciona en la actualidad.

En 2012, se creó el Instituto de Biodiversidad y Biotecnología (INBIOTEC) del CONICET, y fue Graciela Salerno su primera directora. Es decir, el INBIOTEC le dio continuidad al Centro de Investigaciones Biológicas de FIBA. El edificio donde funciona el instituto preserva el patrimonio de FIBA y el mobiliario de la antigua Fundación Bariloche.

45 años después del gesto de Leloir para la creación de la FIBA, la institución sigue en pie en la ciudad con nuevas metas dirigidas a la comunidad, como el proyecto para la creación de un museo de ciencias interactivo. Ese espíritu de mirar al futuro continúa presente en las investigaciones que lleva adelante el INBIOTEC y los proyectos de la FIBA. El legado de Leloir en Mar del Plata es, sobre todo, su impulso para el desarrollo de la investigación científica y la difusión de la ciencia en la ciudad.

 

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